Respetado lector:

Esta es la sagrada Eucaristía para nosotros los católicos:

Jua 6:53-56 Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. (54) El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. (55) Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. (56) El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él.


sábado, 21 de febrero de 2015

EL INFIERNO - ¡Gehenna de Fuego!

¿A dónde puedo ir después de la muerte?

Recuerda ante todo, que eres Tú quien decidirá, de acuerdo a como lleves tu vida a donde quieres llegar después de la muerte. Existen tres (3) destinos: el cielo, el purgatorio o el infierno. Debes saber que estos, no son un lugar sino un estado, una forma de estar toda la eternidad.

(Jn 3, 15-21):
15 y entonces todo el que crea en él tendrá por él vida eterna.
16 ¡Así amó Dios al mundo! Le dio al Hijo Único, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.
17 Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él.
18 Para quien cree en él no hay juicio. En cambio, el que no cree ya se ha condenado, por el hecho de no creer en el Nombre del Hijo único de Dios.
19 Esto requiere un juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.
20 Pues el que obra el mal odia la luz y no va a la luz, no sea que sus obras malas sean descubiertas y condenadas.
21 Pero el que hace la verdad va a la luz, para que se vea que sus obras han sido hechas en Dios.»

EL INFIERNO

¿Existe el infierno? Por supuesto que sí. Dios mismo, que tanto nos ama, nos habla de él. Sin embargo, hay personas que piensan que si Dios es amor y si Dios es padre, no puede existir el castigo del Infierno. Esas personas están profundamente equivocadas. Dios es Padre misericordioso, pero también es justo. Dios nos ha hecho libres y por tanto, si una persona no quiere saber nada de Dios y no quiere cumplir sus mandamientos, Dios no es culpable de su perdición. Si uno se encierra en una habitación y no deja que entre la luz del sol, ¿quién tiene la culpa de que esa habitación esté a oscuras? Dios está deseando que nos acojamos a su misericordia, pero si un pecador rechaza voluntariamente la misericordia de Dios, él y sólo él es el culpable de su condenación.

La existencia del infierno es un dogma de fe, es decir, una verdad de fe proclamada solemnemente por el Magisterio de la Iglesia como perteneciente a la Revelación, y por tanto irreformable. Además, la fe claramente nos dice que "las almas de los que mueren en estado de pecado mortal van al infierno".

Los católicos no debemos basar nuestra buena conducta en el temor al infierno, sino en el amor a Dios. Sin embargo, es conveniente recordar que hay un castigo justo. El temor nos debe ayudar a evitar aquello que nos causa daño. En momentos de debilidad y ceguera, cuando acecha la tentación, pensar en el infierno es conveniente y provechoso.

Mucha gente vive como si no existiera el infierno y no les interesa que se hable de él. Ellos dicen que nadie ha venido del otro mundo para mostrarnos la existencia del infierno, pero están equivocados, ya que el propio Jesucristo vino al mundo y nos habló de él. Jesús llama al infierno "gehenna", palabra aramea que se refiere al valle del Hinnon, situado al sur de Jerusalén. Era un vertedero de desechos de la ciudad y el fuego que allí ardía y los gusanos de la basura, vinieron a ser símbolos de los tormentos eternos. En el evangelio podemos leer las siguientes referencias de Jesús hablando del infierno: Lo llama "gehenna de fuego" (Mt 5, 22) "gehenna donde el gusano no muere ni el fuego se extingue" (Mc 9, 46-47); "fuego eterno" (Mt 25, 41); "fuego inextinguible" (Mt 3, 12; Mc 9, 42); "horno de fuego" (Mt 13, 42); "suplicio eterno" (Mt 25, 46)... Allí hay tinieblas (Mt 8, 12; Mt 22, 13, Mt 25, 30), "aullidos y rechinar de dientes" (Mt 13, 42, Lc 13, 28).

No perdamos de vista además, que el infierno es nada menos que eterno, no hay vuelta atrás posible.

Es bueno recordar en este momento la escena del rico Epulón, contada por Jesús a los fariseos (Lc 16, 19-31): 19 Había un hombre rico que se vestía con ropa finísima y comía regiamente todos los días. 20 Había también un pobre, llamado Lázaro, todo cubierto de llagas, que estaba tendido a la puerta del rico. 21 Hubiera deseado saciarse con lo que caía de la mesa del rico, y hasta los perros venían a lamerle las llagas. 22 Pues bien, murió el pobre y fue llevado por los ángeles al cielo junto a Abraham. También murió el rico, y lo sepultaron.
23 Estando en el infierno, en medio de los tormentos, el rico levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro con él en su regazo. 24 Entonces gritó: «Padre Abraham, ten piedad de mí, y manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me atormentan estas llamas.» 25 Abraham le respondió: «Hijo, recuerda que tú recibiste tus bienes durante la vida, mientras que Lázaro recibió males. Ahora él encuentra aquí consuelo y tú, en cambio, tormentos. 26 Además, mira que hay un abismo tremendo entre ustedes y nosotros, y los que quieran cruzar desde aquí hasta ustedes no podrían hacerlo, ni tampoco lo podrían hacer del lado de ustedes al nuestro.»
27 El otro replicó: «Entonces te ruego, padre Abraham, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, 28 a mis cinco hermanos: que vaya a darles su testimonio para que no vengan también ellos a parar a este lugar de tormento.» 29 Abraham le contestó: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen.» 30 El rico insistió: «No lo harán, padre Abraham; pero si alguno de entre los muertos fuera donde ellos, se arrepentirían.» 31 Abraham le replicó: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, aunque resucite uno de entre los muertos, no se convencerán.»

En la actualidad, Dios podría decir algo así como "Ahí tenéis las palabras del Papa, de los obispos, de vuestros sacerdotes, que os hablan en mi nombre. Si a ellos no les hacéis caso, es inútil que resucite a un muerto para avisaros de que hay infierno y que a él podéis ir, porque no haréis caso.”

Testimonios de quienes han visto el infierno

Santa Teresa de Jesús, Santa Faustina Kowalska, la Venerable Ana de San Agustín, la Venerable Ana Catalina Emmerick, Lucía de Fátima, etc. han tenido la oportunidad de ver el infierno. A continuación, podrán leer algunos testimonios.

Visión del infierno de Santa Faustina Kowalska, según lo escribió en su diario:

741 – Diario: "Hoy, fui llevada por un ángel a las profundidades del infierno. Es un lugar de gran tortura; ¡qué imponentemente grande y extenso es! Los tipos de torturas que vi: la primera que constituye el infierno es la pérdida de Dios; la segunda es el eterno remordimiento de conciencia; la tercera es que la condición de uno nunca cambiará; (160) la cuarta es el fuego que penetra el alma sin destruirla; es un sufrimiento terrible, ya que es un fuego completamente espiritual, encendido por el enojo de Dios; la quinta tortura es la continua oscuridad y un terrible olor sofocante y, a pesar de la oscuridad, los demonios y las almas de los condenados se ven unos a otros y ven todo el mal, el propio y el del resto; la sexta tortura es la compañía constante de Satanás; la séptima es la horrible desesperación, el odio de Dios, las palabras viles, maldiciones y blasfemias. Éstas son las torturas sufridas por todos los condenados juntos, pero ése no es el extremo de los sufrimientos. Hay torturas especiales destinadas para las almas particulares. Éstos son los tormentos de los sentidos. Cada alma padece sufrimientos terribles e indescriptibles, relacionados con la forma en que ha pecado. Hay cavernas y hoyos de tortura donde una forma de agonía difiere de otra. Yo me habría muerto ante la visión de estas torturas si la omnipotencia de Dios no me hubiera sostenido.
Debe el pecador saber que será torturado por toda la eternidad, en esos sentidos que suele usar para pecar. (161) Estoy escribiendo esto por orden de Dios, para que ninguna alma pueda encontrar una excusa diciendo que no hay ningún infierno, o que nadie ha estado allí, y que por lo tanto nadie puede decir cómo es. Yo, Sor Faustina, por orden de Dios, he visitado los abismos del infierno para que pudiera hablar a las almas sobre él y para testificar sobre su existencia. No puedo hablar ahora sobre él; pero he recibido una orden de Dios de dejarlo por escrito. Los demonios estaban llenos de odio hacia mí, pero tuvieron que obedecerme por orden de Dios. Lo que he escrito es una sombra pálida de las cosas que vi. Pero noté una cosa: que la mayoría de las almas que están allí son de aquéllos que descreyeron que hay un infierno. Cuando regresé, apenas podía recuperarme del miedo. ¡Cuán terriblemente sufren las almas allí! Por consiguiente, oro aun más fervorosamente por la conversión de los pecadores. Suplico continuamente por la misericordia de Dios sobre ellos.
Oh mi Jesús, preferiría estar en agonía hasta el fin del mundo, entre los mayores sufrimientos, antes que ofenderte con el menor de los pecados".

Ana Catalina Emmerick dice que es “un país de infinitos tormentos, un mundo horrible y tenebroso“. Muchas veces, cuando ella iba al cementerio a orar por las almas, sentía quiénes estaban condenadas. Dice: “Veía salir como un vaho negro que me estremecía de algunos sepulcros. En estos casos, la idea viva de la santísima justicia de Dios era para mí como un ángel que me libraba de lo que había de espantoso en tales sepulcros“.

Santa Teresa de Jesús nos cuenta: “Un día murió cierta persona, que había vivido harto mal y por muchos años. Murió sin confesión, mas con todo esto no me parecía a mí que se había de condenar estando amortajando el cuerpo, vi muchos demonios tomar aquel cuerpo y parecía que jugaban con él... Cuando echaron el cuerpo en la sepultura, era tanta la multitud de demonios, que estaban dentro para tomarle, que yo estaba fuera de mí de verlo y no era menester poco ánimo para disimularlo.
Consideraba qué harían de aquella alma, cuando así se enseñoreaban del triste cuerpo. Ojalá el Señor hiciera ver esto que yo vi a todos los que están en mal estado, que me parece fuera gran cosa para hacerlos vivir bien” (Vida 38, 24).

Lucía de Fátima cuenta en sus “Memorias” la visión del infierno aquel 13 de julio de 1917: “Vimos como un mar de fuego y sumergidos en este fuego los demonios y las almas, entre gritos y gemidos de pavor. Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas como negros carbones en brasa. Nuestra Señora nos dijo entre bondad y tristeza: Habéis visto el infierno a donde van las almas de los pobres pecadores.”

¿Cómo se entiende la ausencia de Dios en el Infierno si Dios está en todas partes?

El infierno no ocurre por la ausencia de Dios sino porque el hombre se autoexcluye definitivamente de la comunión con Dios.

Dios sostiene en vida a todos los condenados. Sin Dios nada puede existir.

Dios está en todas partes pero no es amado en todas partes. El infierno no es por ausencia de Dios sino por la falta de comunión con Él.

"Descendió a los infiernos"

En el Credo de los Apóstoles proclamamos que Cristo "descendió a los infiernos". ¿Qué significa?

Este Credo, formulado en el siglo V, se refiere al descenso del alma de Cristo, ya separada del cuerpo por la muerte, al lugar que también se llama "sheol" o "hades". El Cuarto Concilio Lateranense, en el 1215, definió esta doctrina de Fe.

En este caso "infierno" no se refiere al lugar de los condenados sino que es "el lugar de espera de las almas de los justos de la era pre-cristiana" (Ott, p. 191).  Entre la multitud de justos allí esperando la salvación, estaba San José, los patriarcas y los profetas, como todos aquellos que murieron en paz con Dios. Todos necesitaban, como nosotros, la salvación de Cristo para poder ir al cielo.

Vea en las Sagradas Escrituras: Hch 2, 24; 2, 31; Flp 2, 10, 1P 3, 19-20, Ap 1, 18, Ef 4, 9.
Padres de la Iglesia que enseñaron esta doctrina incluyen: San Justino, San Ireneo, San Ignacio de Antioquía, Tertuliano, San Hipólito, San Agustín.

Santo Tomas Aquino enseña que el propósito de Cristo en descender a los infiernos fue liberar a los justos aplicándoles los frutos de la Redención  (S. Th. III, 52, 5).

El Catecismo de la Iglesia Católica sobre esta doctrina:

Cristo descendió a los Infiernos

632 Las frecuentes afirmaciones del Nuevo Testamento según las cuales Jesús "resucitó de entre los muertos" (Hch 3, 15; Rm 8, 11; 1 Co 15, 20) presuponen que, antes de la resurrección, permaneció en la morada de los muertos. Es el primer sentido que dio la predicación apostólica al descenso de Jesús a los infiernos; Jesús conoció la muerte como todos los hombres y se reunió con ellos en la morada de los muertos. Pero ha descendido como Salvador proclamando la buena nueva a los espíritus que estaban allí detenidos.
633 La Escritura llama infiernos, sheol o hades a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios. Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos, lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el "seno de Abraham". "Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos". Jesús no bajó a los infiernos para liberar allí a los condenados ni para destruir el infierno de la condenación, sino para liberar a los justos que le habían precedido.
634 "Hasta a los muertos ha sido anunciada la Buena Nueva..." (1 P 4, 6). El descenso a los infiernos es el pleno cumplimiento del anuncio evangélico de la salvación. Es la última fase de la misión mesiánica de Jesús, fase condensada en el tiempo, pero inmensamente amplia en su significado real de extensión de la obra redentora a todos los hombres de todos (605) los tiempos y de todos los lugares porque todos los que se salvan se hacen partícipes de la Redención.
635 Cristo, por tanto, bajó a la profundidad de la muerte para "que los muertos oigan la voz del Hijo de Dios y los que la oigan vivan". Jesús, "el Príncipe de la vida" (Hch 3, 15), aniquiló "mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo y libertó a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud" (Hb 2, 14-15). En adelante, Cristo resucitado "tiene las llaves de la muerte y del Hades" (Ap 1, 18) y "al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos" (Flp 2, 10).
Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey está durmiendo; la tierra está temerosa y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido y ha despertado a los que dormían desde hace siglos... En primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre, como a la oveja perdida.
Quiere visitar a los que yacen sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la muerte; Dios y su Hijo van a liberar de los dolores de la muerte a Adán, que está cautivo, y a Eva, que está cautiva con él... Y, tomándolo de la mano, lo levanta diciéndole: "Despierta, tú que duermes, y levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo". Yo soy tu Dios, que por ti me hice hijo tuyo, por ti y por todos estos que habían de nacer de ti...
Despierta, tú que duermes; porque yo no te he creado para que estuvieras preso en la región de los muertos. Levántate de entre los muertos; yo soy la vida de los que han muerto". [500]

Catequesis del Venerable Juan Pablo II, 28 de julio 1999

"El infierno como rechazo definitivo de Dios"

1. Dios es Padre infinitamente bueno y misericordioso. Pero, por desgracia, el hombre, llamado a responderle en la libertad, puede elegir rechazar definitivamente su amor y su perdón, renunciando así para siempre a la comunión gozosa con él. Precisamente esta trágica situación es lo que señala la doctrina cristiana cuando habla de condenación o infierno. No se trata de un castigo de Dios infligido desde el exterior, sino del desarrollo de premisas ya puestas por el hombre en esta vida. La misma dimensión de infelicidad que conlleva esta oscura condición puede intuirse, en cierto modo, a la luz de algunas experiencias nuestras terribles, que convierten la vida, como se suele decir, en "un infierno".
Con todo, en sentido teológico, el infierno es algo muy diferente: es la última consecuencia del pecado mismo, que se vuelve contra quien lo ha cometido. Es la situación en que se sitúa definitivamente quien rechaza la misericordia del Padre incluso en el último instante de su vida.
2. Para describir esta realidad, la sagrada Escritura utiliza un lenguaje simbólico, que se precisará progresivamente. En el Antiguo Testamento, la condición de los muertos no estaba aun plenamente iluminada por la Revelación. En efecto, por lo general, se pensaba que los muertos se reunían en el sheol, un lugar de tinieblas (cf. Ez 28, 8; 31, 14; Jb 10, 21 ss; 38, 17; Sal 30, 10; 88, 7. 13), una fosa de la que no se puede salir (cf. Jb 7, 9), un lugar en el que no es posible dar gloria a Dios (cf. Is 38, 18; Sal 6, 6).
El Nuevo Testamento proyecta nueva luz sobre la condición de los muertos, sobre todo anunciando que Cristo, con su resurrección, ha vencido la muerte y ha extendido su poder liberador también en el reino de los muertos.
Sin embargo, la redención sigue siendo un ofrecimiento de salvación que corresponde al hombre acoger con libertad. Por eso, cada uno será juzgado "de acuerdo con sus obras" (Ap 20, 13). Recurriendo a imágenes, el Nuevo Testamento presenta el lugar destinado a los obradores de iniquidad como un horno ardiente, donde "será el llanto y el rechinar de dientes" (Mt 13, 42; cf. 25, 30. 41) o como la gehenna de "fuego que no se apaga" (Mc 9, 43). Todo ello es expresado, con forma de narración, en la parábola del rico Epulón, en la que se precisa que el infierno es el lugar de pena definitiva, sin posibilidad de retorno o de mitigación del dolor (cf. Lc 16, 19-31).
También el Apocalipsis representa figurativamente en un "lago de fuego" a los que no se hallan inscritos en el libro de la vida, yendo así al encuentro de una "segunda muerte" (Ap 20, 13 ss). Por consiguiente, quienes se obstinan en no abrirse al Evangelio, se predisponen a "una ruina eterna, alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder" (2 Ts 1, 9).
3. Las imágenes con las que la sagrada Escritura nos presenta el infierno deben interpretarse correctamente. Expresan la completa frustración y vaciedad de una vida sin Dios. El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y alegría. Así resume los datos de la fe sobre este tema el Catecismo de la Iglesia católica: "Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de auto exclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno" (n. 1033).
Por eso, la "condenación" no se ha de atribuir a la iniciativa de Dios, dado que en su amor misericordioso él no puede querer sino la salvación de los seres que ha creado. En realidad, es la criatura la que se cierra a su amor. La "condenación" consiste precisamente en que el hombre se aleja definitivamente de Dios, por elección libre y confirmada con la muerte, que sella para siempre esa opción. La sentencia de Dios ratifica ese estado.
4. La fe cristiana enseña que, en el riesgo del "sí" y del "no" que caracteriza la libertad de las criaturas, alguien ha dicho ya "no". Se trata de las criaturas espirituales que se rebelaron contra el amor de Dios y a las que se llama demonios (cf. concilio IV de Letrán: DS 800-801). Para nosotros, los seres humanos, esa historia resuena como una advertencia: nos exhorta continuamente a evitar la tragedia en la que desemboca el pecado y a vivir nuestra vida según el modelo de Jesús, que siempre dijo "sí" a Dios.
La condenación sigue siendo una posibilidad real, pero no nos es dado conocer, sin especial revelación divina, si los seres humanos, y cuáles, han quedado implicados efectivamente en ella. El pensamiento del infierno y mucho menos la utilización impropia de las imágenes bíblicas no debe crear psicosis o angustia; pero representa una exhortación necesaria y saludable a la libertad, dentro del anuncio de que Jesús resucitado ha vencido a Satanás, dándonos el Espíritu de Dios, que nos hace invocar "Abbá, Padre" (Rm 8, 15; Ga 4, 6).
Esta perspectiva, llena de esperanza, prevalece en el anuncio cristiano. Se refleja eficazmente en la tradición litúrgica de la Iglesia, como lo atestiguan, por ejemplo, las palabras del Canon Romano: "Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa (...), líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos".

¿Qué nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica sobre el infierno?

1033 Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él" (1 Jn 3, 15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".

1034 Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que nunca se apaga" (cf. Mt 5, 22-29; 13, 42-50; Mc 9, 43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que "enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad..., y los arrojarán al horno ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:" ¡Alejaos de mí, malditos al fuego eterno!" (Mt 25, 41).

1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno" (cf. DS 76; 409; 411; 80 1; 858; 1002; 135 1; 1575; SPF 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.

1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mt 7, 13-14):
Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con Él en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde "habrá llanto y rechinar de dientes" (LG 48).

1037 Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf. DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión" (2 P 3, 9).

En la sagrada Biblia nos dice:

Juicio Final (Mt 25, 31-46): 31 Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria rodeado de todos sus ángeles, se sentará en el trono de Gloria, que es suyo. 32 Todas las naciones serán llevadas a su presencia, y separará a unos de otros, al igual que el pastor separa las ovejas de los chivos. 33 Colocará a las ovejas a su derecha y a los chivos a su izquierda. 34 Entonces el Rey dirá a los que están a su derecha: «Vengan, benditos de mi Padre, y tomen posesión del reino que ha sido preparado para ustedes desde el principio del mundo. 35 Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y ustedes me dieron de beber. Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa. 36 Anduve sin ropas y me vistieron. Estuve enfermo y fueron a visitarme. Estuve en la cárcel y me fueron a ver.» 37 Entonces los justos dirán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? 38 ¿Cuándo te vimos forastero y te recibimos, o sin ropa y te vestimos? 39 ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y te fuimos a ver? 40 El Rey responderá: «En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí.» 41 Dirá después a los que estén a la izquierda: « ¡Malditos, aléjense de mí y vayan al fuego eterno, que ha sido preparado para el diablo y para sus ángeles! 42 Porque tuve hambre y ustedes no me dieron de comer; tuve sed y no me dieron de beber; 43 era forastero y no me recibieron en su casa; estaba sin ropa y no me vistieron; estuve enfermo y encarcelado y no me visitaron.» 44 Estos preguntarán también: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, desnudo o forastero, enfermo o encarcelado, y no te ayudamos?» 45 El Rey les responderá: «En verdad les digo: siempre que no lo hicieron con alguno de estos más pequeños, ustedes dejaron de hacérmelo a mí. » 46 Y éstos irán a un suplicio eterno, y los buenos a la vida eterna.»

Apocalipsis 21, 8 Pero para los cobardes, los renegados, los corrompidos, los asesinos, los impuros, los hechiceros, los idólatras, en una palabra, para todos los falsos, su lugar y su parte es el lago que arde con fuego de azufre, que es la segunda muerte.»

Malaquías 3, 5 Cuando venga a ustedes para hacer justicia, exigiré un castigo inmediato para los hechiceros y los adúlteros, para los que hacen falsos juramentos, para los que abusan del asalariado, de la viuda y del huérfano, para los que no respetan los derechos del extranjero.

¿Las almas condenadas o en pena son como demonios?

Dice el Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica: "Cada hombre después de morir recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del Cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre" (#1022).

Aquí nos habla la enseñanza de la Iglesia de las opciones que tenemos para la eternidad: Cielo, Purgatorio o Infierno. De estas tres opciones la única que no es eterna es el Purgatorio, pues las almas que allí van pasan posteriormente al Cielo.

¿Qué es el Juicio Particular?

Nuestro destino para toda la eternidad queda definido en el instante mismo de nuestra muerte. En ese momento nuestra alma, que es inmortal, se separa de nuestro cuerpo e inmediatamente es juzgada por Dios. Este momento se llama en Teología el “Juicio Particular”, y consiste en una especie de radiografía o "escaneo" espiritual instantáneo que recibe el alma por iluminación divina, mediante la cual ésta sabe exactamente el sitio/estado en que le corresponde ubicarse para la eternidad, según sus buenas y malas obras.

Es así como en el momento mismo de la muerte el alma recibe la sentencia de su destino para toda la eternidad. Al decir, entonces, que alguien ha muerto, podría también afirmarse que ese alguien también ha sido juzgado por Dios (cfr. Antonio Royo Marín, Teología de la Salvación).

Así pues, van al Cielo las almas que han obrado conforme a la Voluntad de Dios en la tierra y que mueren en estado de gracia y amistad con Dios y perfectamente purificadas; al Purgatorio van las almas que han obrado bien, pero que aún deben ser purificadas de las consecuencias de sus pecados antes de entrar a la visión de Dios en el Cielo; y al Infierno, van las almas que se han rebelado contra Dios y mueren en esa actitud, es decir, mueren en pecado mortal, sin haberlo confesado antes o, si no han podido confesarlo, sin haberse arrepentido de manera perfecta.

Las almas que van al Infierno se les conoce como almas condenadas o almas en pena eterna.

Jesús dijo en el Evangelio de San Lucas 20, 36, que los hijos de Dios que se salven serán como ángeles en el Reino de los Cielos, entonces analógicamente debemos aceptar que los que se consagraron al mal serán como Demonios y por tanto tendrán las mismas capacidades que ellos en el infierno, pues, son espíritus malditos, toda vez que, escogieron el lugar preparado para el diablo y para sus ángeles (Mt 25, 41), por ende, atacan al género humano en todas sus formas.

No ocurre lo mismo con las almas de los hombres que decidieron obrar conforme a la voluntad de Dios en la tierra y posteriormente, las almas que se purifican de las consecuencias de sus pecados, pues tienen una relación con Dios en su estado de espera, toda vez que, presupone permanecer en la morada de los muertos antes del Juicio final o universal (Mt 25, 31-46) para entrar al Cielo: (Mt 25, 34): “Entonces el Rey dirá a los que están a su derecha: «Vengan, benditos de mi Padre, y tomen posesión del reino que ha sido preparado para ustedes desde el principio del mundo.” Así mismo, Jesús nos indicó en (Jn 3, 13): "Sin embargo, nadie ha subido al Cielo sino sólo el que ha bajado del Cielo, el Hijo del Hombre."

También la palabra nos dice en Eclesiastés 9, 5-6 y 10, lo siguiente: " 5 Los vivos saben que morirán; los muertos, nada saben. No tienen nada que esperar: son sólo un recuerdo olvidado. 6 Pudieron amar, odiar, tener ambiciones: todo se perdió y nunca más tomarán parte en todo lo que se hace bajo el sol.”
“10 Haz todo lo que esté a tu alcance y que te sientas capaz de hacer; porque en la morada de los muertos a donde tú vas, no hay ni trabajos ni problemas ni conocimiento ni sabiduría.”

Las almas que están en el purgatorio no pueden estar vagando por la tierra, pues la palabra dice que “nunca más tomarán parte en todo lo que se hace bajo el sol.” Jesús lo confirmó en el caso de Lázaro (Jn 11, 11-15): “11 Después les dijo: «Nuestro amigo Lázaro se ha dormido y voy a despertarlo.» 12 Los discípulos le dijeron: «Señor, si duerme, recuperará la salud.» 13 En realidad Jesús quería decirles que Lázaro estaba muerto, pero los discípulos entendieron que se trataba del sueño natural. 14 Entonces Jesús les dijo claramente: «Lázaro ha muerto, 15 pero yo me alegro por ustedes de no haber estado allá, pues así ustedes creerán. Vamos a verlo.»” ¡No dijo que estuviera en algún otro lado!

Los espíritus impuros (son el Demonio o Satanás junto a sus ángeles caídos y las almas condenadas o en pena, pues pertenecen al infierno) son los que andan en la tierra según Ap 12, 9: “9 El dragón grande, la antigua serpiente, conocida como el Demonio o Satanás, fue expulsado; el seductor del mundo entero fue arrojado a la tierra y sus ángeles con él.”
Y en Ef 6, 10-12: “10 Por lo demás, fortalézcanse en el Señor con su energía y su fuerza. 11 Lleven con ustedes todas las armas de Dios, para que puedan resistir las maniobras del diablo. 12 Pues no nos estamos enfrentando a fuerzas humanas, sino a los poderes y autoridades que dirigen este mundo y sus fuerzas oscuras, los espíritus y fuerzas malas del mundo de arriba.”

En Lc 16, 27-31 indicaría que no les está permitido a los espíritus humanos, regresar a visitar a los vivos sin permiso, y si el permiso no es otorgado aún con el propósito de prevenir a la gente de escapar de la ira venidera, menos sería dado por razones frívolas.

Lc 16, 27-31: “27 El otro replicó: «Entonces te ruego, padre Abraham, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, 28 a mis cinco hermanos: que vaya a darles su testimonio para que no vengan también ellos a parar a este lugar de tormento.» 29 Abraham le contestó: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen.» 30 El rico insistió: «No lo harán, padre Abraham; pero si alguno de entre los muertos fuera donde ellos, se arrepentirían.» 31 Abraham le replicó: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, aunque resucite uno de entre los muertos, no se convencerán.»”

Cuando una persona consulta o de hecho tiene contactos con seres espirituales, de familiares o desconocidos (acto de espiritismo), en todos los casos se trata de seres espirituales de las tinieblas, nunca de los espíritus de nuestros seres queridos o de personas que murieron. Si alguna persona cree, o en efecto ve un espíritu, y la persona es creyente en Dios, con toda la autoridad que Cristo le ha conferido, debe inmediatamente reprender a dicho espíritu, sin importar lo que el espíritu parezca decirle. Ese espíritu es un espíritu inmundo y sucio que no vendrá más que a mentirle y a traer complicaciones funestas a su vida.

Dios prohíbe consultar espíritus en Lv 20, 6-7: “6 Si alguno se dirige a los que consultan a los espíritus, o a los brujos para prostituirse con ellos, volveré mi rostro contra él y lo eliminaré de su pueblo. 7 Santifíquense, pues, y sean santos, porque yo soy Yavé, el Dios de ustedes.”

Y en Dt 18, 11: “11 que no se halle a nadie que se dedique a supersticiones o consulte los espíritus; que no se halle ningún adivino o quien pregunte a los muertos.”

El Espiritismo es la práctica oculta por la que se evoca o trata con espíritus. La creencia de que los hombres tienen la facultad de establecer contacto directo con los espíritus. Es una forma de adivinación.

En la antigüedad, los persas, griegos y latinos rendían culto a las almas de los muertos para buscar su ayuda o aplacarlos.

El espiritismo es muy diferente a la loable práctica cristiana de orar por los difuntos, la cual se fundamenta en la doctrina que los que mueren en gracia están siendo purificados en el purgatorio (en ese caso rezamos a Dios por ellos) o están ya en el cielo (entonces pueden interceder por nosotros ante el trono de Dios, pero es Dios quien actúa con su poder infinito. Los santos jamás actúan por su cuenta y nosotros en la tierra no buscamos de ellos sino que intercedan ante Dios para que se haga Su divina voluntad. Dios ha querido esta comunión de la Iglesia militante, purgante y triunfante)

En 1917, el Santo Oficio emitió una condena absoluta contra la evocación de espíritus, contra el hipnotismo y toda clase de manifestaciones espiritistas.
El Catecismo lo identifica como un pecado contra el Primer Mandamiento. Bajo el encabezamiento "adivinación y magia" el catecismo enseña:

2117 Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo —aunque sea para procurar la salud—, son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más condenables aun cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro, recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos es también reprensible. El espiritismo implica con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él. El recurso a las medicinas llamadas tradicionales no legítima ni la invocación de las potencias malignas, ni la explotación de la credulidad del prójimo.

El Infierno según las fuentes más confiables de la Iglesia Católica, con citas Bíblicas.

¿Por qué hablar del infierno? 

Porque nos lo piden los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Si hay un peligro mortal ante nosotros, el amor exige que quienes lo saben alerten a todos cuanto antes. El infierno es no solo un peligro mortal sino también eterno. Es en realidad la desgracia total y definitiva que nos puede ocurrir. “El que desprecia el infierno o lo olvida, no escapará de él.”  -San Juan Crisóstomo.

Dios es amor.  "Dios quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión" (2 P 3, 9). Por ese amor infinito envió a su único Hijo, Quien se hizo hombre y murió por nuestra salvación. Pero si no nos convertimos a Él en el tiempo limitado que tenemos en la tierra, si nos obstinamos en seguir viviendo en pecado mortal, entonces iremos al infierno.  No podremos culpar a Dios. Él ya lo hizo, nos abrió las puertas del cielo. Pero no nos forzará a entrar.

Los que niegan el infierno no conocen la Palabra de Dios. Se dejan llevar por un mundo que se burla u opta por ignorar las realidades más importantes. Pero les ocurrirá como a los compatriotas de Noé, que se reían mientras el construía el arca para sobrevivir el diluvio. Todos los que se burlan también morirán y no podrá escapar de la realidad.

El temor al infierno. Los cristianos no debemos basar nuestra buena conducta en miedo del infierno sino en el amor a Dios. Pero es saludable recordar que hay un justo castigo. El temor nos ayuda a evitar aquello que nos causa daño. En momentos de ceguera y debilidad, cuando la tempestad de la tentación es recia, pensar en el infierno es saludable y provechoso, como también debemos pensar en el amor de Dios. El cristiano debe reconocer la realidad. El temor es parte de la realidad humana que debemos saber integrar sanamente en nuestra persona. Ignorar una realidad que tememos solo logra postergarla hasta que esta ya no se pueda esconder y entonces nos invade y domina.

Jesucristo habló claramente del infierno. En el Nuevo Testamento se le llama "gehenna":

Mt 5, 22 Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado", será reo de la gehenna de fuego.

Mt 5, 29 Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna.

Mt 10, 28 «Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna. 

Mt 23, 33  « ¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo vais a escapar a la condenación de la gehenna?

St 3, 6 Y la lengua es fuego, es un mundo de iniquidad; la lengua, que es uno de nuestros miembros, contamina todo el cuerpo y, encendida por la gehenna, prende fuego a la rueda de la vida desde sus comienzos.

Von Balthasar y Addrienne Von Speyr describieron el infierno como el estado del hombre que experimenta una terrible e infinita soledad y falta de felicidad por haberse separado de Dios.

EL INFIERNO tomado de Manual de Teología Dogmática por Ludwig Ott.

I. La Realidad del infierno.

Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal van al infierno (de fe).

El infierno es un lugar y estado de eterna desdicha en que se hallan las almas de los réprobos (condenados). La existencia del infierno fue impugnada por diversas sectas, que suponían la total aniquilación de los impíos después de su muerte o del juicio universal. También la negaron todos los adversarios de la inmortalidad personal (materialismo).

El símbolo Quicumque confiesa: «Y los que (obraron) mal irán al fuego eterno»; Dz 40. El Papa Benedicto XII declaró en su constitución dogmática Benedictus Deus: «Según la común ordenación de Dios, las almas de los que mueren en pecado mortal, inmediatamente después de la muerte, bajan al infierno, donde son atormentadas con suplicios infernales»; Dz 531; cf. Dz 429, 464, 693, 835, 840.

El Antiguo Testamento no habla con claridad sobre el castigo de los impíos, sino en sus libros más recientes. Según Dn 12, 2, los impíos resucitarán para «eterna vergüenza y oprobio». Según Jdt 16, 20s, el Señor, el Omnipotente, tomará venganza de los enemigos de Israel y los afligirá en el día del juicio: «El Señor omnipotente los castigará en el día del juicio, dando al fuego y a los gusanos sus carnes, para que se abrasen y lo sientan para siempre»; cf. Is 66, 24. Según Sb 4, 19, los impíos «serán entre los muertos en el oprobio sempiterno», «serán sumergidos en el dolor y perecerá su memoria» cf. 3, 10; 6, 5 ss.

San Pablo da el siguiente testimonio: «Esos [los que no conocen a Dios ni obedecen el Evangelio] serán castigados a eterna ruina, lejos de la faz del Señor y de la gloria de su poder» (2 Tes 1, 9; cf. Rom 2, 6-9; Heb 10, 26-31). Según Ap 21, 8, los impíos «tendrán su parte en el estanque que arde con fuego y azufre»; allí serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos» (20, 10; cf. 2 Pe 2, 6; 7).

Los Padres dan testimonio unánime de la realidad del infierno.

Según SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, todo aquel que «por su pésima doctrina corrompiere la fe de Dios por la cual fue crucificado Jesucristo, irá al fuego inextinguible, él y los que le escuchan» (Ef 16, 2).

SAN JUSTINO fundamenta el castigo del infierno en la idea de la justicia divina, la cual no deja impune a los transgresores de la ley (Apol. II 9); cf. Apol. I 8, 4; 21, 6; 28, 1; Martyrium Polycarpi 2, 3; 11, 2; San Ireneo, Adv. Haer. iv, 28, 2.

II. Naturaleza del suplicio del infierno

La escolástica distingue dos elementos en el suplicio del infierno: la pena de daño (suplicio de privación) y la pena de sentido (suplicio para los sentidos). La primera corresponde al apartamiento voluntario de Dios que se realiza por el pecado mortal; la otra, a la conversión desordenada a la criatura.

La pena de daño, que constituye propiamente la esencia del castigo del infierno, consiste en verse privado de la visión beatífica de Dios; cf. Mt 25, 41 : «¡Apartaos de mí, malditos!»; Mt 25, 12: «No os conozco»; 1 Cor 6, 9: «¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios?»; Lc 13, 27; 14, 24; Ap 22, 15; (San Agustín, Enchir, 112).

La pena de sentido consiste en los tormentos causados externamente por medios sensibles (es llamada también pena positiva del infierno). La Sagrada Escritura habla con frecuencia del fuego del infierno, al que son arrojados los condenados; designa al infierno como un lugar donde reinan los alaridos y el crujir de dientes... imagen del dolor y la desesperación.
El fuego del infierno fue entendido en sentido metafórico por algunos padres (como Orígenes y San Gregorio Niseno) y algunos teólogos posteriores, los cuales interpretaban la expresión «fuego» como imagen de los dolores puramente espirituales, -sobre todo, del remordimiento de la conciencia- que experimentan los condenados. El magisterio de la Iglesia no ha condenado esta sentencia, pero la mayor parte de los padres, los escolásticos y casi todos los teólogos modernos suponen la existencia de un fuego físico o agente de orden material, aunque insisten en que su naturaleza es distinta de la del fuego actual.

La acción del fuego físico sobre seres puramente espirituales la explica SANTO TOMÁS -siguiendo el ejemplo de San Agustín y San Gregorio Magno - como sujeción de los espíritus al fuego material, que es instrumento de la justicia divina. Los espíritus quedan sujetos de esta manera a la materia, no disponiendo de libre movimiento; Suppl. 70, 3.

III. Propiedades del infierno

A. Eternidad

Las penas del infierno duran toda la eternidad (dogma de fe).
El Concilio IV de Letrán (1215) declaró: «Aquellos [los réprobos] recibirán con el diablo suplicio eterno» Dz 429; cf. Dz 40, 835, 840.

La Sagrada Escritura pone a menudo de relieve la eterna duración de las penas del infierno, pues nos habla de «eterna vergüenza y confusión» (Dn 12, 2; cf. Sb 4, 19), de «fuego eterno> (Jdt 16, 21; Mt 18, 8; 25, 41;), de «suplicio eterno» (Mt 25, 46), de «ruina eterna» (2 Ts 1, 9). El epíteto «eterno» no puede entenderse en el sentido de una duración muy prolongada, pero a fin de cuentas limitada. Así lo prueban los lugares paralelos en que se habla de «fuego inextinguible» (Mt: 3, 12; Mc 9, 42) o de la «gehenna, donde el gusano no muere ni el fuego se extingue» (Mc 9,46 s), e igualmente lo evidencia la antítesis «suplicio eterno - vida eterna» en Mt 25, 46. Según Ap 14, 11 (19, 3), «el humo de su tormento [de los condenados] subirá por los siglos de los siglos», es decir, sin fin; (cf. Ap 20, 10).

La «restauración de todas las cosas», de la que se nos habla en Hch 3, 21, no se refiere a la suerte de los condenados, sino a la renovación del mundo que tendrá lugar con la segunda venida de Cristo.

Los padres, antes de Orígenes, testimoniaron con unanimidad la eterna duración de las penas del infierno: cf. San Ignacio de Antioquía, Eph. 16, 2, San Justino, Apol. 1 28, 1; Martyrium Polycarpi 2, 3; 11, 2; San Ireneo, Adv. Haer. IV 28, 2; Tertuliano, De poenit. 12.

La negación de –Orígenes- tuvo su punto de partida en la doctrina platónica de que el fin de todo castigo es la enmienda del castigado. SAN AGUSTÍN sale en defensa de la infinita duración de las penas del infierno, contra los «origenistas» y los «misericordiosos» que en atención a la misericordia divina enseñaban la restauración de los cristianos fallecidos en pecado mortal; cf. De civ. Dei xxi 23; Ad Orosium 6, 7; Enchir. 112.

La verdad revelada nos obliga a suponer que la voluntad de los condenados está obstinada inconmoviblemente en el mal y que por eso es incapaz de verdadera penitencia. Tal obstinación se explica por rehusar Dios, a los condenados, toda gracia para convertirse.

¿Por qué razón las penas del infierno son eternas?

Dice Santo Tomás: “La pena del pecado mortal es eterna, porque por él se peca contra Dios, que es infinito. Y como la pena no puede ser infinita en su intensidad, puesto que la criatura no es capaz de cualidad alguna infinita, se requiere que, por lo menos, sea de duración infinita” (45).]

B. Desigualdad

La cuantía de la pena de cada uno de los condenados es diversa según el diverso grado de su culpa (de sentido común).

Los concilios de Lyón y Florencia declararon que las almas de los condenados son afligidas con penas desiguales, Dz 464, 693. Probablemente esto no se refiere únicamente a la diferencia específica entre el castigo del solo pecado original y el castigo por pecados personales, sino que también quiere darnos a entender la diferencia gradual que hay entre los castigos que se dan por los distintos pecados personales.

Jesús amenaza a los habitantes de Corozaín y Betsaida asegurando, que por su impenitencia, han de tener un castigo mucho más severo que los habitantes de Tiro y Sidón; Mt 11, 22. Los escribas tendrán un juicio más severo; Lc 20, 47.

SAN AGUSTÍN nos enseña: «La desdicha será más soportable a unos condenados que a otros» (Enchir. III). La justicia exige que la magnitud del castigo corresponda a la gravedad de la culpa.
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DOCTRINA

Demonio: Nombre general de los espíritus malignos, ángeles caídos (expulsados del cielo). El jefe de estos ángeles rebeldes es Lucifer o Satanás (Mt 25).

"Si alguno dice que el diablo no fue primero un ángel bueno hecho por Dios, y que su naturaleza no fue obra de Dios, sino que dice que emergió de las tinieblas y que no tiene autor alguno de sí, sino que él mismo es el principio y la sustancia del mal, como dijeron Maniqueo y Prisciliano, sea anatema.” (Concilio de Braga, 561; Denzinger 237). "Creemos que el diablo se hizo malo no por naturaleza, sino por albedrío." (IV Concilio de Letrán, 1215, Denzinger 427).

"La muerte de Cristo y Su resurrección han encadenado al demonio. Todo aquél que es mordido por un perro encadenado, no puede culpar a nadie más sino a sí mismo por haberse acercado a él." -San Agustín.

“Toda la vida humana, la individual y colectiva, se presenta como una lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas”. (Concilio Vat II, Gaudium et Spes #13)

“A través de toda la Historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas que, iniciada en los orígenes del mundo, dudará, como dice el Señor, hasta el día final”. (Ibid, #37)


Acerca de los demonios

Los demonios residen en el infierno y no gozan de los beneficios de la redención de Cristo. Los demonios, sin embargo, no perdieron su capacidad racional, sino que la utilizan para el mal. Dios les permite ejercitar influencia limitada en las criaturas y las cosas. 

El demonio no es una fábula como algunos, para su desgracia, piensan. Su existencia real ha sido siempre enseñada por la Iglesia en su magisterio ordinario. Desmentir la existencia del demonio es negar la revelación divina que nos advierte sobre nuestro enemigo y sus tácticas.

Jesucristo vino para vencer al demonio y liberarnos de su dominio que se extendía por todo el mundo sin que pudiésemos por nuestra cuenta salvarnos.

Jesucristo vence al demonio definitivamente en la Cruz. La actividad del demonio en la tierra sin embargo continuará hasta el fin de los tiempos. La parusía manifestará plenamente la victoria del Señor con el establecimiento de su Reino y el absoluto sometimiento de todos sus enemigos. Mientras tanto Dios permite que vivamos en batalla espiritual en la cual se revela la disposición de los corazones y nos da oportunidad de glorificar a Dios siendo fieles en las pruebas.  Ahora debemos decidir a que reino vamos a pertenecer, al de Cristo o al de Satanás. Si perseveramos fieles a Jesús a través de las pruebas y sufrimientos, el demonio no podrá atraparnos.

Tenemos en la Iglesia todos los medios para alcanzar la gracia ganada por Jesucristo en la Cruz. Dios es todopoderoso y, si estamos en comunión con Él, no debemos temer al enemigo. Más bien debemos temer el separarnos de Dios pues sin su gracia estaríamos perdidos. 

Todos los santos lucharon con valentía contra el demonio pues los sostenía la fe. Sus vidas son modelos que nos demuestran como vivir en el poder de Jesucristo la vida nueva.
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El catecismo de la Iglesia Católica sobre el demonio

2850 La última petición a nuestro Padre está también contenida en la oración de Jesús: "No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno" (Jn 17, 15). Esta petición concierne a cada uno individualmente, pero siempre quien ora es el "nosotros", en comunión con toda la Iglesia y para la salvación de toda la familia humana. La Oración del  Señor no cesa de abrirnos a las dimensiones de la Economía de la salvación. Nuestra interdependencia en el drama del pecado y de la muerte se vuelve solidaridad en el Cuerpo de Cristo, en "comunión con los santos".

2851 En esta petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El "diablo" ["dia-bolos"] es aquél que "se atraviesa" en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo.

2852 "Homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44), "Satanás, el seductor del mundo entero" (Ap 12, 9), es aquél por medio del cual el pecado y la muerte entraron en el mundo y, por cuya definitiva derrota, toda la creación entera será "liberada del pecado y de la muerte".[136] "Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios le guarda y el Maligno no llega a tocarle. Sabemos que somos de Dios y que el mundo entero yace en poder del Maligno" (1 Jn 5, 18-19):
El Señor que ha borrado vuestro pecado y perdonado vuestras faltas también os protege y os guarda contra las astucias del diablo que os combate para que el enemigo, que tiene la costumbre de engendrar la falta, no os sorprenda. Quien confía en Dios, no tema al demonio. "Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?" (Rm 8, 31).

2853 La victoria sobre el "príncipe de este mundo" (Jn 14, 30) se adquirió de una vez por todas en la Hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su Vida. Es el juicio de este mundo, y el príncipe de este mundo ha sido "echado abajo" (Jn 12, 31). [138] "Él se lanza en persecución de la Mujer", pero no consigue alcanzarla: la nueva Eva, "llena de gracia" del Espíritu Santo es librada del pecado y de la corrupción de la muerte (Concepción inmaculada y Asunción de la santísima Madre de Dios, María, siempre virgen). "Entonces despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos" (Ap 12, 17). Por eso, el Espíritu y la Iglesia oran: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 17.20), ya que su Venida nos librará del Maligno.

2854 Al pedir ser liberados del Maligno, oramos igualmente para ser liberados de todos los males, presentes, pasados y futuros de los que él es autor o instigador. En esta última petición, la Iglesia presenta al Padre todas las desdichas del mundo. Con la liberación de todos los males que abruman a la humanidad, implora el don precioso de la paz y la gracia de la espera perseverante en el retorno de Cristo. Orando así, anticipa en la humildad de la fe la recapitulación de todos y de todo en Aquel que "tiene las llaves de la Muerte y del Hades" (Ap 1, 18), "el Dueño de todo, Aquel que es, que era y que ha de venir" (Ap 1, 8):  Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.
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¿Creó Dios a los demonios?

Dios no creó demonios sino ángeles, espíritus puros, dotados con gracia santificante, muy hermosos y capaces de bondad. Dios dotó a todos los ángeles con libertad para escoger el bien y el mal. Lucifer y sus seguidores, por orgullo, pecaron, quisieron separarse de Dios y se llenaron de maldad. Es así que se les negó la visión beatífica. 

¿De dónde vino esta maldad? La maldad es causada por una opción libre de separarse de Dios. Es una carencia, una ruina.

Por ejemplo, cuando un carro choca se queda dañado. El daño no es una creación sino la ruina del carro. Los demonios fueron creados como los demás ángeles. Se transformaron en demonios por su pecado. Se pervirtieron sus poderes angelicales los cuales usan para el mal.

Dios sabía que algunos ángeles se rebelarían pero los creó porque Dios toma la libertad en serio, hasta sus últimas consecuencias. Pero igualmente el bien tiene y tendrá consecuencias.  Si solamente pudiésemos hacer el bien no seríamos libres y no tendría mérito.
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Armas contra Satanás

Dios nos da en la Iglesia todas las armas para vencer al demonio.

Juan Pablo II,  17 feb. 2002 (1er domingo de cuaresma)

Exhortó a la vigilancia «para reaccionar con prontitud a todo ataque de la tentación». Habló de las armas del cristiano «para afrontar el diario combate contra las sugerencias del mal: la oración, los sacramentos, la penitencia, la escucha atenta de la Palabra de Dios, la vigilancia y el ayuno».

Estos medios ascéticos, inspirados por el mismo ejemplo de Cristo, siguen siendo indispensables hoy, pues «el demonio, "príncipe de este mundo", continúa todavía hoy con su acción falaz».

El Papa pidió entusiasmo en «el camino penitencial de la Cuaresma para estar preparados a vencer toda seducción de Satanás y llegar a Pascua en la alegría del espíritu».
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Recurrimos también a los sacramentales. Entre ellos agua, aceite y sal exorcizada. Estos se utilizan en los exorcismos según las fórmulas del Ritual Romano.
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¿Si rezamos por nuestros enemigos, debemos también rezar por los demonios y por las almas condenadas?

No. por los demonios y por las almas condenadas no rezamos. La razón de rezar por nuestros enemigos es para que se conviertan. Los seres humanos en esta tierra hacen el mal pero sus actos están limitados por sus pasiones y sus límites de entendimiento. Están todavía en tiempo de prueba y podrían convertirse. Le tocará a Dios juzgarlos. Pero el demonio si sabe plenamente lo que hace porque tiene un entendimiento pleno de sus actos sin las pasiones que ciegan a los hombres. Los demonios y las almas condenadas han decidido por el mal irreversiblemente, ya han sido juzgados y condenados por Dios para siempre.
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¿Perdonará Dios a los demonios?

Los ángeles tienen un intelecto muchísimo superior al nuestro. Sus decisiones son irrevocables porque son hechas sabiendo muy bien lo que hacen y sus consecuencias. Los demonios no desean perdón. Ellos odian a Dios y a los hombres y no tienen ningún arrepentimiento. El odio los consume. Es un estado permanente de su voluntad malévola. Por eso no pueden ser perdonados. No es que a Dios le falte misericordia sino que los demonios no quieren a Dios y por ende, tampoco quieren Su perdón.

También para aquellos que mueran en pecado mortal el infierno será condenación eterna. Esta verdad es doctrina de la Iglesia. Ver: Catecismo #1033-1037 y El Infierno, Ludwig Ott.


BIBLIOGRAFIA

Sagrada Biblia.

Catecismo de la Iglesia Católica.

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