Pero cada cristiano es
miembro de Cristo y participa de este poder; como bautizado y confirmado, él
tiene parte en el sacerdocio real de Cristo. En esta calidad y según la medida
de su unión a Cristo por la Fe y por la Caridad, él no escapa de los influjos
del maligno, al menos parcialmente, sino que está también habilitado a combatir, a hacer retroceder su imperio; él es
mediador de su derrota.
El poder predominante
de Cristo sobre los demonios es sin límites e infalible, pero no se puede decir
que la Iglesia participa de él incondicionalmente y en plenitud. En efecto, su
poder, que es infalible en la administración del Sacramento de Penitencia o de
Reconciliación, no es un automático y mágico en las oraciones del exorcismo. En
este campo, la Iglesia influye en el demonio en virtud de un poder moral que le
viene de su vínculo místico con Cristo.
Como miembro del Cuerpo místico de Cristo y de la Iglesia, todo
creyente tiene poder y la autoridad sobre los demonios por el Nombre de Jesús.
Las condiciones fundamentales es creer en las promesas de Cristo que ha dicho
muy claramente: “A los que crean,
les acompañarán estas señales: expulsarán demonios en mi nombre” (Mc 16,17-18). Esta
promesa de Cristo no incluye ninguna ambigüedad; en la fe es preciso recibirla
tal como está presentada y ponerla en práctica.
(Mc
16,17-18): “17 Estas señales
acompañarán a los que crean: en mi Nombre echarán demonios y hablarán nuevas lenguas;
18 tomarán con sus manos serpientes y, si beben algún veneno, no les hará daño;
impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán sanos.»”
La
imposición de manos es uno de los métodos de curación y sanación más antiguos,
conocidos y populares. La imposición de manos es la manera más común de recibir
el don divino de la sanación; también es parte fundamental de la denominada
sanación o curación espiritual. Fue, uno de los métodos para curar que Jesús y
posteriormente los apóstoles y sus discípulos, utilizaron.
Este
último pasaje del Nuevo Testamento, en el Evangelio de Marcos, es para nosotros
muy importante y significativo. En él se hace referencia, con toda claridad, “a los que creen”.
En otras palabras, esto significa que -todos los que son creyentes- pueden
imponer las manos sobre otros, siempre y cuando se haga con la intención de
sanar y por tanto, de ayudar al prójimo.
En
Lucas 4,40 se nos informa de cómo Jesús usaba este método: “40 Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos de diversos
males se los llevaban a Jesús y él los sanaba imponiéndoles las manos a cada
uno. 41 También salieron demonios de varias personas; ellos gritaban: «Tú eres
el Hijo de Dios», pero él los amenazaba y no les permitía decir que él era el
Mesías, porque lo sabían.”
También
Jesús nos dijo:
(Jn 14,12):”12 En verdad les digo: El que crea en mí, hará las mismas obras
que yo hago y, como ahora voy al Padre, las
hará aún mayores.”
(Jn 14,15): “15 Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos,”
(Jn
14, 21): “21 El que guarda mis mandamientos
después de recibirlos, ése es el que me ama. El que me ama a mí será amado por
mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él.»”
(Jn
14,23): “23 Jesús le respondió: «Si alguien me
ama, guardará mis palabras, y mi Padre lo amará. Entonces vendremos a él para
poner nuestra morada en él.”
Quien no ama no cree en Dios. Dios es amor y no se
le debe tener miedo. Ciertamente Dios es amor infinito y nos creó para que
amemos. Jesús enseña sobre los Mandamientos de Dios:
“28 Entonces se adelantó un maestro de la Ley. Había
escuchado la discusión, y se quedaba admirado de cómo Jesús les había
contestado. Entonces le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?» 29
Jesús le contestó: «El primer mandamiento es: Escucha, Israel: El Señor,
nuestro Dios, es un único Señor. 30 Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas. 31
Y después viene este otro: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún
mandamiento más importante que éstos.»” (Mc 12,28-31)
Los
apóstoles aún con la autoridad impartida sobre ellos no pudieron expulsar un
demonio fuera de un poseído, Jesús tuvo que hacer el exorcismo personalmente y
luego les explicó a los apóstoles que algunos malos espíritus solo se pueden
arrojar fuera a través de oración y ayuno.
(Mc 9,17-29): “17 Y uno del gentío le respondió: «Maestro, te he traído a mi
hijo, que tiene un espíritu mudo. 18 En cualquier momento el espíritu se
apodera de él, lo tira al suelo y el niño echa espuma por la boca, rechina los
dientes y se queda rígido. Les pedí a tus discípulos que echaran ese espíritu,
pero no pudieron.» 19 Les respondió: «¡Qué
generación tan incrédula! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes?
¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganme al muchacho.» 20 Y se lo
llevaron. Apenas vio a Jesús, el espíritu sacudió violentamente al muchacho;
cayó al suelo y se revolcaba echando espuma por la boca. 21 Entonces Jesús
preguntó al padre: «¿Desde cuándo le pasa esto?» 22 Le contestó: «Desde niño. Y
muchas veces el espíritu lo lanza al fuego y al agua para matarlo. Por eso, si
puedes hacer algo, ten compasión de nosotros y ayúdanos.» 23 Jesús le dijo:
«¿Por qué dices "si puedes"? Todo
es posible para el que cree.» 24 Al instante el padre gritó: «Creo, ¡pero
ayuda mi poca fe!» 25 Cuando Jesús vio que se amontonaba la gente, dijo al
espíritu malo: «Espíritu sordo y mudo, yo te lo ordeno: sal del muchacho y no
vuelvas a entrar en él.» 26 El espíritu malo gritó y sacudió violentamente al
niño; después, dando un terrible chillido, se fue. El muchacho quedó como
muerto, tanto que muchos decían que estaba muerto. 27 Pero Jesús lo tomó de la
mano y le ayudó a levantarse, y el muchacho se puso de pie. 28 Ya dentro de
casa, sus discípulos le preguntaron en privado: «¿Por qué no pudimos expulsar
nosotros a ese espíritu?» 29 Y él les respondió: «Esta clase de demonios no puede echarse sino mediante la oración.»”
La incredulidad es la duda, es
la desconfianza, es la falta de fe en Dios.
Tener fe en Dios. (Mc 11,22-25): “22 Jesús respondió: «Tengan fe en Dios. 23 Yo les aseguro que el
que diga a este cerro: ¡Levántate de ahí y arrójate al mar!, si no duda en su
corazón y cree que sucederá como dice, se le concederá. 24 Por eso les digo:
todo lo que pidan en la oración, crean que ya lo han recibido y lo obtendrán.
25 Y cuando se pongan de pie para orar, si tienen algo contra alguien,
perdónenlo,” y en Hebreos
11, 1: “1 La fe es como aferrarse a lo que
se espera, es la certeza de cosas que no se pueden ver.”
En Hechos 19,13-17 algunos Judíos y
los siete hijos de Esceva trataron de hacer exorcismos en el nombre de Jesús
quien era predicado por Pablo el apóstol, pero para su desencanto, el hombre
poseído se lanzó sobre ellos dándoles tal paliza que salieron corriendo
desnudos y sangrando: “13 Incluso algunos judíos ambulantes que echaban demonios,
trataron de invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus
malos, diciendo: «Yo te ordeno en el nombre de ese Jesús a quien Pablo
predica.» 14 Entre los que hacían esto estaban los hijos de un sacerdote judío,
llamado Escevas. Un día entraron en una casa y se atrevieron a hacer eso, 15
pero el espíritu malo les contestó: «Conozco a Jesús y sé quién es Pablo; pero
ustedes, ¿quiénes son?» 16 Y el hombre que tenía el espíritu malo se lanzó
sobre ellos, los sujetó a ambos y los maltrató de tal manera que huyeron de la
casa desnudos y malheridos. 17 La noticia llegó a todos los habitantes de
Efeso, tanto judíos como griegos. Todos quedaron muy atemorizados, y el Nombre
del Señor Jesús fue tenido en gran consideración.”
Primero
que todo vemos que exorcizar es un trabajo aun difícil para los mismos
apóstoles autorizados por Jesús personalmente. En cuanto a aquellos que no son
creyentes, tratar de darle órdenes a un espíritu maligno es un riesgo muy
grande que puede causar que el espíritu tome posesión de ellos o de los que
estén allí presentes, pues, Satanás no se somete a cualquier hombre como se
evidencia en el relato.
De
otra parte, la persona debe estar con Dios, lleno de Dios, es decir, estar
fuera del pecado mortal, porque esto lo aleja de Él: “30 El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge
conmigo, desparrama.”
(Mt 12,30)
Estar llenos de Dios, significa
aceptar y recibir a Dios: (1 Co 6,19-20) “19
¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que han recibido de Dios y
que está en ustedes? Ya no se pertenecen a sí mismos. 20 Ustedes han sido
comprados a un precio muy alto; procuren, pues, que sus cuerpos sirvan a la
gloria de Dios.”
«15
¿No saben que sus cuerpos son miembros de Cristo?» (1 Co 6,15)
Así, pues, quién no está con Dios,
está contra Dios y su cuerpo será templo de Satanás. Si esta persona impone las
manos trasmite el espíritu impuro y sus consecuencias, pero si hace de su
cuerpo templo del Espíritu Santo, trasmite e invade al prójimo de Espíritu
Santo, porque el Reino de Dios ha llegado a nosotros, de ahí que Jesús dice: “impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán sanos.»” (Mc 16,17), pues es Dios quien
actúa a través de nuestras manos y cuerpo.
¿Si una persona es templo de Satanás
como podría expulsar demonios? Pues, no es posible, recordemos que Jesús
advirtió: “26 Si Satanás expulsa a Satanás, está
dividido; ¿cómo podrá mantenerse su reino? 27 Y si Beelzebú me ayuda a echar
los demonios, ¿quién ayuda a la gente de ustedes cuando los echan? Ellos mismos
les darán la respuesta. 28 Pero si el Espíritu de Dios es el que me permite
echar a los demonios, entiendan que el Reino de Dios ha llegado a ustedes.” (Mt 12,26-28)
Si Dios no quisiera respaldar las
obras de la persona que cree en Él e impone las manos, no actuaría a través de
ella. Porque el que libera es Dios a través de ese ser humano. Lo mismo vale
para la sanación. Si un hombre, sea quien sea, cura a los enfermos, eso es
signo de que Dios está con Él. Esto no significa que sea santo el instrumento
humano, pero el hecho de que cure o libere implica que Dios quiere usarlo como
instrumento. Ya que es Dios quien usa a quien quiere. Y en el momento en que
quiera dejar de usarlo, no habrá más curaciones.
Ahora bien, pueden ustedes ver a una
persona en pecado mortal e imponiendo manos con resultados asombrosos de
aparente liberación y sanación, ese supuesto carisma es una manipulación de
Satanás para suplantar y engañar a los asistentes y al mismo paciente: También
San Pablo no dice: “12 Pero lo hago y
lo seguiré haciendo, para quitar toda posibilidad a los que buscan cómo
competir conmigo y pasar por iguales a mí. 13 En realidad, son falsos
apóstoles, engañadores disfrazados de apóstoles de Cristo. 14 Y no hay que
maravillarse, pues si Satanás se disfraza de ángel de luz, 15 no es mucho que
sus servidores se disfracen también de servidores del bien. Pero su fin será el
que se merecen sus obras.”
(2ª Co 11,12-15)
En
realidad no puede coexistir Dios y Satanás en el mismo cuerpo, pues, para
Satanás y sus demonios ya no hubo lugar en el Cielo: “7 Entonces se desató una batalla en el cielo: Miguel y sus
ángeles combatieron contra el dragón. Lucharon el dragón y sus ángeles, 8 pero
no pudieron vencer, y ya no hubo lugar para ellos en el cielo.” (Ap 12,7-8)
¿Entonces quiénes no
pueden imponer las manos?:
a)
Los idólatras no debe imponer manos, porque pueden
contaminar.
b)
Los de manos débiles, estos representan a las
personas que sus obras no son agradables delante de Dios (Job 4,3).
c)
Los de manos atadas, los que aun hacen obras
mundanas porque sus manos no han sido desatadas.
d) Los que
tengan manos llenas de sangre, los que atacan al que no se puede defender, este
ataque puede ser, hablar mal de él con otros para destruirlo. (Is 1,15): “15 Cuando rezan con las manos extendidas, aparto mis ojos para
no verlos; aunque multipliquen sus plegarias, no las escucharé, porque veo la
sangre en sus manos.”
e) El
negligente para la Obra, el que no trabaja con diligencia en la Obra de Dios.
(Pr 6, 10-11): “10 Duermes un poco,
después sueñas un momento, luego estiras los brazos cruzados...11 y de pronto
te sorprende la pobreza como un vagabundo, la miseria cae sobre ti como un
ladrón.”
f)
El de manos sucias y corazón corrompido, que ha
puesto su alma en cosas vanas y ha jurado con engaño.
g)
El que tenga pecado, el que no ha confesado algún
pecado. (1 Juan 1,8-10): ”8 Si decimos que no tenemos pecado, nos estamos engañando a
nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. 9 Pero si confesamos nuestros
pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará
de toda maldad. 10 Si dijéramos que no hemos pecado, sería como decir que él
miente, y su palabra no estaría en nosotros.”
h)
El de manos de ira y contienda, el que guarda ira
contra un hermano y es contencioso. (1 Ti 2,8): “8
Quiero, pues, que en todo lugar donde los hombres estén orando levanten al
cielo manos limpias de todo enojo y discusión.”
Algunas de estas personas pueden ser hermanos que
andan mal con Dios o personas enviadas por el enemigo para atar, maldecir y
contaminar a los Hijos de Dios, y que se introducen en las iglesias de forma encubierta.
Por esta razón debemos de tener cuidado de quien nos impone manos.
De otra parte, San Pablo advierte a Timoteo a no
imponer las manos con ligereza (1ª Ti 5,22): “22 No
impongas a nadie las manos a la ligera, pues te harías cómplice de los pecados
de otro;”; se imponen las manos con ligereza cuando se hace
apresuradamente y con motivos bajos un rito hueco y vacío, desprovisto de la
realidad espiritual; es decir, en la mera presunción de la carne y sin la
verdadera participación y dirección de la Cabeza, Cristo Jesús. Cuando motivos
humanos e intereses particulares mueven a hacer ostentación ritual, pero sin
haberse atendido a la voz del Espíritu, se está obrando con ligereza. ¿Estará
acaso Dios obligado a respaldar lo que atrevidamente hacemos en la carne
tomando con osadía y presunción Su propio nombre? Sin embargo, la Iglesia sí
tiene Su nombre a disposición para obrar en el Espíritu con auténtica autoridad
delegada, cuando se habla en íntima sujeción a la Cabeza celestial. Esa es la
razón por la cual vemos a los apóstoles, también al presbiterio, orando antes
de imponer las manos (Hch 6,6; 8,15-17; 13,3; 1 Ti 4,14). Durante la oración
opera una relación íntima con la Cabeza celestial, por lo cual el Espíritu
Santo puede revelar e impulsar a una auténtica imposición de manos, señalando
así una auténtica transmisión espiritual efectuada, o una genuina ordenación
efectuada y nacida desde el seno del Cristo glorificado que constituye.
Cuando Dios verdaderamente ordena o da, entonces
entrega el carisma que es evidente de por sí. No es que el título meramente
haga al ministerio, sino que el servicio prestado o ministerio, según el
carisma provisto por Cristo directamente, tiene su propio nombre o título, que
entonces, bajo la evidencia del Espíritu y bajo la dirección de la Cabeza
celestial, es reconocido oficialmente en la conciencia de la Iglesia, que acata
la autoridad de Cristo manifiesta en el carisma y con la cual se edifica
–espiritualmente.
No sobra mencionar el hecho de que este asunto de los laicos
haciendo oración de liberación aparece en el evangelio. Un hombre hacía
exorcismos y los Apóstoles se lo prohibieron. Y el Maestro les dijo: no se lo prohíban.
(Mc
9,38-40): “38 Juan le dijo: «Maestro, hemos visto
a uno que hacía uso de tu nombre para expulsar demonios, y hemos tratado de
impedírselo porque no anda con nosotros.» 39 Jesús contestó: «No se lo
prohíban, ya que nadie puede hacer un milagro en mi nombre y luego hablar mal
de mí. 40 El que no está contra nosotros está con nosotros.»”
Sépalo, pues, que Satanás trata de vengarse del exorcista y
de los que han ayudado en un exorcismo o en una liberación demoniaca, haciendo
alguna cosa para asustarlo y que no vuelva a prestar ese servicio. Pero del
mismo modo que esto es cierto, también es cierto que el que ayuda en un
exorcismo o en una liberación recibe un beneficio, pues todo el que ayuda al
prójimo recibe una gracia.
El demonio ya trata de hacer todo el
mal que puede. Si pudiera hacer más mal, lo haría. Si el sacerdote exorcista o el
laico se reconcilia con Dios permanentemente, recibe a Cristo en la Santa Misa,
hace oración todos los días (Santo Rosario, coronillas, novenas, etc.) y le
pide a Dios que lo proteja contra toda asechanza del maligno, nada debe temer.
El poder de Dios es infinito, el del demonio no.
De todas maneras San Pablo nos dice:
“10 Por lo demás, fortalézcanse en el Señor con su energía y su
fuerza. 11 Lleven con ustedes todas las armas de Dios, para que puedan resistir
las maniobras del diablo. 12 Pues no nos estamos enfrentando a fuerzas humanas,
sino a los poderes y autoridades que dirigen este mundo y sus fuerzas oscuras,
los espíritus y fuerzas malas del mundo de arriba.” (Ef 6,10-12)
Y Jesús nos dijo: “17 Los setenta y dos discípulos volvieron muy contentos,
diciendo: «Señor, hasta los demonios nos obedecen al invocar tu nombre.» 18
Jesús les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. 19 Miren que
les he dado autoridad para pisotear serpientes y escorpiones y poder sobre toda
fuerza enemiga: no habrá arma que les haga daño a ustedes. 20 Sin embargo,
alégrense no porque los demonios se someten a ustedes, sino más bien porque sus
nombres están escritos en los cielos.»”
(Lc 10,17-20)
Para
un cristiano temer al demonio está completamente injustificado, la fe en Dios
rechaza todo temor.
El temor del mundo
llevó al siervo perezoso a esconder sus talentos (Mt 25,25). El temor de Dios
mueve los discípulos a crecer en fe: "25 Después les dijo: «¿Dónde está su
fe?» Los discípulos se habían asustado, pero ahora estaban fuera de sí y se
decían el uno al otro: «¿Quién es éste? Manda a los vientos y a las olas, y le
obedecen.»" (Lucas 8,25)
En conclusión, los
exorcismos o las liberaciones demoniacas se dan exitosamente si el sanador
tiene fe en Dios, está lleno de Dios, no tiene miedo de Satanás y su actuación
lo hace por amor a Dios y al prójimo. Si el poseso o influenciado por el
demonio cambia de una vida en pecado a una vida de relación con Dios, recibirá
la misericordia y será sanado.
·
La
imposición de manos tiene como propósito glorificar a Dios.
·
Es
para todo aquel que crea y se deje guiar por el Espíritu Santo.
·
Imponer
las manos es parte de la ministración al pueblo de Dios donde pueden suceder
milagros, sanidades, liberaciones, etc.
·
Son
las personas autorizadas por el Espíritu Santo y por nuestras autoridades las
delegadas para imponer las manos.
¡Shalom
Aleichem!
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