Respetado lector:

Esta es la sagrada Eucaristía para nosotros los católicos:

Jua 6:53-56 Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. (54) El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. (55) Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. (56) El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él.


viernes, 4 de noviembre de 2011

EL SECRETO ADMIRABLE DEL SANTO ROSARIO, MATRIMONIO Y UNION LIBRE, COMULGAR SIN CONFESARSE

El secreto admirable del Santo Rosario




El Rosario significa: Corona de Rosas.

Desde cuando el Beato Alano de la Roche, restauró esta devoción, la voz del pueblo que es la voz de Dios, la llamó Rosario, es decir, Corona de Rosas, lo cual significa que cuantas veces se recita el Rosario como es debido, colocamos en la cabeza de Jesús y de María, una corona de ciento cincuenta y tres rosas blancas y dieciséis rosas encarnadas del paraíso, que no perderán jamás su belleza ni esplendor. La Santísima Virgen aprobó y confirmó el nombre del Rosario, revelando a varias personas, que le presentaban tantas rosas agradables cuantas Avemarías recitaban en su honor y tantas coronas de rosas como Rosarios.

El hermano Alfonso Rodríguez S.J., rezaba con tanto fervor, que veía con frecuencia salir de su boca una rosa encarnada a cada Padre Nuestro y una rosa blanca a cada Avemaría: iguales ambas en belleza y fragancia y sólo diferentes en color.

¿Cómo rezar el Rosario?

Pureza del alma. El fervor de nuestra plegaria y no precisamente su longitud agrada a Dios y le gana el corazón. Una sola Avemaría bien dicha es más meritoria que ciento cincuenta mal dichas.

Quien reza el Rosario debe hallarse en estado de gracia o estar al menos resuelto a salir del pecado. Efectivamente, la teología nos enseña que las buenas obras y plegarias realizadas en pecado mortal, son obras muertas que no logran agradar a Dios ni merecer la vida eterna. En este sentido dice la Escritura: No corresponde a los pecadores alabar (Eclo 15, 9).

Ni la alabanza ni la Salutación Angélica (El Avemaría), ni la misma oración de Jesucristo (El Padre Nuestro), pueden agradar a Dios cuando salen de la boca de un pecador impenitente: Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí (Mc 7, 6).

Esas personas que ingresan en mis cofradías –dice Jesucristo- que recitan todos los días el Rosario o parte de él, pero sin contrición alguna de sus pecados, me honran con los labios, aunque su corazón está lejos de mí.

He dicho “o estar, al menos, resuelto a salir del pecado”:

1.    Porque si fuera necesario estar en gracia de Dios para orar en forma que le agrade, la consecuencia sería que quienes están en pecado mortal no deberían orar –no obstante tener más necesidad de ello que los justos- y, por consiguiente, no debería aconsejarse a un pecador que rece el Rosario o parte del mismo, porque le sería inútil, pues es un error condenado por la Iglesia.

Lo correcto es aconsejar que salga primero del pecado confesándolo ante el sacerdote para obtener la absolución del mismo y luego, rece el Santo Rosario.

2.    Porque, si te inscribes en alguna cofradía (grupo de oración) de la Santísima Virgen, rezas el Rosario o parte de él u otra oración con voluntad de permanecer en el pecado o sin intención de salir de él, pasarías a ser del número de los falsos devotos de la Santísima Virgen y de los devotos presuntuosos e impenitentes que bajo el manto de María, el escapulario sobre el pecho y el Rosario en la mano, van gritando: “Santa y bondadosa Virgen, yo te saludo, oh María” y entre tanto, crucifican y desgarran cruelmente a Jesucristo con sus pecados y, desde las más santas cofradías de Nuestra Señora, caen lastimosamente en las llamas del infierno.

Así pues, no agrada ni puede agradar a Dios el que exhortemos a un pecador a hacer del manto protector de la Santísima Virgen, un manto de condenación eterna para ocultar sus crímenes y cambiar el Rosario –que es remedio de todos los males- en veneno mortal y funesto. ¡La corrupción de lo mejor es la peor!

La Virgen María, mostró un día hermosos frutos en una bandeja llena de inmundicias, a un impúdico que recitaba constantemente el Santo Rosario todos los días. Él se quedó horrorizado. La Virgen le explicó: “¡Tú me sirves así! ¡Me presentas bellísimas rosas en un vaso sucio y contaminado! ¡Juzga tú mismo, si me agradará!”.


LA UNION LIBRE y EL MATRIMONIO


¿Unión Libre? O ”¿Abandono Fácil?”

Mateo 24:38 Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, 39 y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre.

Muchos en nuestros días promueven la unión libre, que es una relación entre dos personas donde no hay ni se exige compromiso permanente ni responsabilidades entre la pareja. Entran en una relación de vivir juntos, compartir bienes y el fruto de sus labores económicas (aunque normalmente cada uno guarda celosamente su propio dinero), y de tener relaciones sexuales a su gusto. Se comparten la vida, sin responsabilidades y obligaciones como de entre casados. Esto es el paraíso para unos, pero con tiempo, se ve que tiene más problemas que un mal matrimonio. Pero, ¿Qué dice Dios?

¿Qué es el Ejemplo para Nosotros?
Hay muchas cosas que personas creyentes han hecho en la Biblia que no son normativas, o sea, que no es permitido, menos obligatorio, que seguimos sus ejemplos porque alguien en la Biblia hizo algo. Por ejemplo, David vio una mujer bañándose una tarde en su techo, y ella era desnuda y muy bonita. David la quiso, y mandó por ella, y la dejó embarazada, y luego mató a su esposo para conseguirla. Todo esto no es ejemplar, sino demuestra las fallas y flaquezas espirituales en David. Es un error de tomar todo ejemplo bíblico como bueno, normativo, o que nos da permiso. El ejemplo en que debemos fijarnos es en Adán y Eva. Dios creó dos personas, hembra y macho, y estos dos son lo que Dios quiso para constituir y establecer una familia, bendiciéndoles por medio de tener hijos.

Gén 2:24… dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.

Parte de nuestro entendimiento debe ser una regla fuerte que cualquier otra persona que entra en esta relación con uno u otro de estas personas de un matrimonio causa pecado. Usamos el concepto de adulterio para describir esto.

1Co 6:16 ¿O no sabéis que el que se une con una ramera, es un cuerpo con ella? Porque dice: Los dos serán una sola carne. 18 Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; más el que fornica, contra su propio cuerpo peca.

Hay una unión entre esas personas quienes tienen relación sexual entre sí. Esta es algo físico tanto espiritual. Por esto hay prohibición de frecuentar a rameras, o de entrar y salir de relaciones sexuales “como marineros” (al gusto).

El Adulterio es Pecado
Éxo 20:14 No cometerás adulterio.

Cuando dos personas (una de ellas casada) tienen relación amorosa o sexual, y las dos personas no son legalmente casadas una con la otra, entonces es adulterio. Dos solteros no puede hacer adulterio por que por definición uno de los dos tiene que ser casado para que sea adulterio. El castigo por adulterio bajo la ley del Antiguo Testamento era la muerte, el ser apedreado por el pueblo (Deu 22:22-24).

Dios es muy en serio sobre la destrucción de hogares por personas ajenas (o por personas de adentro del hogar) “lo que Dios juntó, no lo separe el hombreMat 19:5. Esto nos ayuda de entender que fallas en el matrimonio son de seria  importancia para con Dios. Entonces entendemos que el matrimonio es sagrado en los ojos de Dios, Heb 13:4 Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios.

El acto de sexo no es pecado sino sagrado, pero siempre cuando es en la ligas del matrimonio. Cuando personas hacen sexo con otros sin tener el compromiso de matrimonio entre ellos, es un pecado que Dios va a juzgar.

Unión Libre
Hay una maldad que hoy en día es muy popular en nuestro mundo, y esto es el concepto de “unión libre.” Unión libre no es libre. Debe ser llamado el matrimonio de abandono fácil. Cuando dos personas viven juntas sin casarse, que quieren decir es que ellos no respetan los votos conyugales ni tiene seriedad sobre la importancia que Dios ha impuesto sobre el matrimonio. No hay nada “libre” de vivir junto con alguien y tener relaciones sexuales con esta persona. Las obligaciones y responsabilidades existen ni modo. Hasta autoridades civiles han demandado que parejas en unión libre respetan y cumplen con los deberes y responsabilidades aunque no tienen un “matrimonio oficial.” Esto es porque son responsables ni modo que “libres” piensan que es su relación. Hay afección y sentimientos emocionales que se forman que al disolver su relación quedan muy daños. Además con el sexo vienen los niños.

En el concepto de estas personas, se juntan para un rato, y si les gusta estar con esta persona, entonces sigan viviendo juntos. Al momento que le desagrada el vivir con la otra persona, se marcha, cada uno a lo suyo. Cuando hay un producto de esta relación como unos bienes en común, o peor, un niño, entonces sale muy obvio el problema con la unión libre. Mientras la casa se puede dividir en dos, el niño no se puede partir en dos. Y aun con dos o más niños no se hace más fácil, porque cada niño tiene un amor y afecto para los dos de sus padres, y de tratar de borrar este afecto de su mente es simplemente imposible.

En Mal 2:15, Dios dijo, ¿No hizo él uno…¿Y por qué uno?  Porque buscaba una descendencia para Dios.  Guardaos,  pues,  en vuestro espíritu,  y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud.Dios quiere que el matrimonio produzca hijos para Dios, pero las familias de un solo padre no van a hacer esto.

El Matrimonio es hasta la Muerte Rom 7:1 ¿Acaso ignoráis, hermanos… que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste vive? Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido. 3 Así que, si en vida del marido se uniere a otro varón, será llamada adúltera; pero si su marido muriere, es libre de esa ley, de tal manera que si se uniere a otro marido, no será adúltera.

Según Pablo aquí, una persona adultera es una persona quien se junta con otra persona mientras que vive su esposo o esposa del previo matrimonio. El matrimonio es un compromiso por vida, y cuando alguien entra en esta relación tiene el placer de tener relaciones sexuales con su pareja, pero no es gratis ni libre. Hay una responsabilidad de aguantar y sufrir los problemas y dificultades que el otro tiene o que el otro te causa. Por ser difícil, no es causa justa delante de Dios de separarse de su pareja.

Mat 19:5 y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. 6 Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.

Cuando Dios forma una familia, una pareja casada en los vínculos de matrimonio, Dios no quiere que se disuelva este matrimonio hasta que Dios lo hace con la muerte de uno o el otro de ellos. Nadie ajena, ni tampoco cualquier de los dos puede deshacer el matrimonio por problemas, o simplemente por el no querer. Una vez juntos, hay responsabilidades que se forman, y Dios prohíbe la separación de estas personas.

La Ley Entiende Nuestros Debilidades.

Mateo 19:7 Le dijeron: ¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla? 8 El les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así. 9 Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo* por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera.

* “salvo” puede ser interpretado “aun”.

Dios entiende nuestras debilidades y flaquezas. Dios nos hizo provisiones por que Dios sobre todos entiende que el pecado mal afecta el pensar y portarse del ser humano. Pero aun en permitir el divorcio, no es posible el casar de nuevo mientras su primera pareja vive.

La Formalidad de una Boda
Ecl 5:4 Cuando a Dios haces promesa, no tardes en cumplirla; porque él no se complace en los insensatos. Cumple lo que prometes. 5 Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas.

El punto de una boda formal es de reconocer formalmente enfrente de Dios, toda la familia, los socios de trabajo, y los amigos, de las dos personas sus votos y compromiso en juntarse. Por medio de una boda formal, todas las personas envueltas en las vidas de los dos son testigos al compromiso que están haciendo, y la seriedad de sus votos. Lo que hace una unión libre es de burlarse de Dios y la seriedad que Dios pone sobre relaciones matrimoniales y familias. Es de vivir entrando y saliendo de relaciones como juego, menospreciando la institución del matrimonio que Dios ha hecho.

El Problema con la unión libre
El problema principal con una unión libre en lugar de la formalidad de una boda es que deja a Dios afuera de sus vidas, y burla de Dios, además. Esto regresará a causarles daño.

Una relación matrimonial funciona porque hay unos factores importantes: (1) intereses en común entre los dos. (2) principios y elementos en las vidas que unen los dos. Y (3) un deseo de estar juntos, o sea, amor. Ahora el problema es que nunca quedamos parados, sino que estamos en constante cambio. La persona con quien te casaste o te juntaste hace 10 años es muy diferente que ahora. En estos cambios de la vida, los principios morales son el único factor que mantiene la persona sana y “lo mismo”. Por esto un soltero debe poner suprema importancia sobre las creencias de su pareja, y qué tan fielmente se demuestran en su vida actualmente. El proponer es muy fácil, pero el vivirlo fielmente es otra cosa.

¿Cómo arreglamos la Unión Libre?
Primero debemos entender que dos personas que empiezan a vivir juntas ya tienen delante de Dios obligaciones y responsabilidades entre sí. De complicar todo esto con hijos, es de hacer todavía más difícil la situación. Pero generalmente, la solución es de formalizar la relación matrimonial. Delante de Dios, dos personas que sexualmente se han juntado ya son una sola carne. Deben reconocer sus obligaciones y responsabilidades por sus acciones, y hacer su relación formal, y dedicarse fielmente a su pareja. Esto habla de hacer un acta civil, y si son salvos, que deben casarse en una iglesia en una ceremonia religiosa. Una vez que se fijan en la voluntad de Dios, Dios perdona si las personas corrigen sus vidas. “Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más. Juan 8:3-11. Una vez que Dios le ha enseñado la verdad, y la persona responde por dejar el vivir en pecado, y corregir su vida, Dios le perdonará.

¿Comulgar sin confesarse?




¿Es necesario confesarse para comulgar?

Y depende... quien va a tomar la primera Comunión debe confesarse antes de hacerlo. Quien ha cometido un pecado mortal, también debe hacerlo, para recuperar la gracia antes de comulgar. Quien está en estado de gracia no necesita hacerlo.

Premisa:

Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”. Se recibe al mismo Cristo. Es necesario hacerlo con dignidad.

Dos condiciones. La Comunión no es un premio. No se precisa ser santo para comulgar. Es una necesidad espiritual, pero tiene unos requerimientos básicos.
Las dos primeras condiciones son de origen divino, surgen de la realidad de la Eucaristía y están consignadas en la Sagrada Escritura: 1) estado de gracia; 2) saber a quien se recibe.

Dice San Pablo en I Corintios 11, 27-29:

Quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del
Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así
el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el
Cuerpo, come y bebe su propio castigo
.

Es necesario distinguir -saber a quién se recibe- y estar en estado de amistad con Dios. La Teología lo llama “estar en estado de gracia”. Se pierde por el pecado mortal, que rompe la comunión de vida con Dios. Se recupera en el sacramento de la Penitencia.

Respecto a la confesión y la Eucaristía, la Iglesia concretó explícitamente dos preceptos: Antes de la Primera Comunión es necesario confesarse.

Si se ha cometido un pecado grave, es necesario confesarse antes de comulgar.

¿Conveniente o necesario?

Salvo los dos casos señalados no es necesario confesarse antes de comulgar. Si una persona está en gracia, aunque haga mucho tiempo que no se confiesa, puede comulgar con toda tranquilidad. No debemos añadir más condiciones que las que realmente existen. La confesión frecuente es una práctica muy recomendable para el crecimiento espiritual, tener el alma más purificada, etc. Pero esto es otra cuestión. Una cosa es la conveniencia de la confesión frecuente y otra distinta que sea necesidad para recibir la comunión si uno está en gracia (que no lo es).

Hasta aquí todo resulta bastante claro.

¿Dónde surge el problema?

En que una persona en estado de pecado mortal puede recuperar la gracia de Dios incluso antes de confesarse.

¿Cómo es eso? Haciendo un acto de contrición perfecta con el propósito de confesar cuanto antes se pueda, se recupera la gracia perdida.

¿Qué es un acto de contrición perfecta?

Es un acto de arrepentimiento del pecado cometido, movido por amor de Dios. Dolor de haber ofendido a Dios, tan santo, digno de amor, grande, bueno, etc.
¿Qué es un acto de contrición imperfecta?

Es el mismo acto, realizado por motivos sobrenaturales, muy buenos todos, pero que no son el amor de Dios: miedo al infierno, fealdad del pecado, deseos de comulgar, peso de la conciencia, etc.

El dolor de la contrición imperfecta es suficiente para recibir el perdón de los pecados en la confesión. Si al dolor de la contrición perfecta se le une el propósito de confesar, se obtiene la gracia -podríamos decir- por adelantado, antes de la confesión.

Entonces, ¿puedo comulgar después de cometer un pecado mortal, antes de confesarme, si hago un acto de contrición perfecto?

- No

- ¿Y por qué no?

Los sacramentos dignamente recibidos dan la certeza de acceder a la gracia de Dios. Actúan “ex opere operato” según explica la Teología: en virtud -por eficacia- de lo actuado que no falla. Si no pongo un obstáculo a su acción, la realiza eficazmente.

En cambio cuando hago un acto de contrición perfecta, estoy en un ámbito no sacramental, en el cual dependo de -por decirlo de alguna manera- la “calidad” de mi acción. No tengo certeza de haber hecho realmente un acto de contrición perfecta. No tengo cómo medir la perfección/imperfección de mi acto de contrición.

Si comulgara así me podría exponer a recibir al Señor indignamente, y cometer así un sacrilegio. El problema no es sólo mi pecado, es problema sobretodo es el respeto que Dios merece: no puedo exponer la Eucaristía a semejante afrenta. Sin necesidad no sería lógico correr ambos riesgos.

Por esto la Iglesia, para cuidar la dignidad del Sacramento y el alma de los fieles, impuso un precepto en el Concilio de Trento: que nadie con conciencia de haber cometido un pecado mortal se acercara a comulgar, por muy contrito que se sienta, sin haberse confesado antes.

Es decir, que hay una ley de la Iglesia que lo manda.

¿Tiene excepciones?

Sí, porque los preceptos eclesiásticos no obligan cuando hay una dificultad grave. El precepto divino no tiene excepción: no se puede comulgar en estado de pecado. El precepto eclesiástico puede tenerla: se podría comulgar en el estado de gracia obtenido mediante un acto de contrición perfecta aún antes de confesarse, si hubiera alguna dificultad grave. En este caso, una grave necesidad de Comulgar. Es decir, que si una persona tiene obligación de comulgar y no puede confesarse, puede hacer un acto de perfecta contrición y comulgar.

Un ejemplo: el sacerdote debe celebrar los sacramentos en estado de gracia. Si no lo estuviera cometería un sacrilegio. Además, cuando celebra Misa no puede no comulgar (la comunión del sacerdote forma parte de la ceremonia). Si, en un pueblo, el sacerdote estuviera en estado de pecado mortal, no tuviera con quien confesarse, y debiera celebrar la Misa para el pueblo, ¿qué tendría que hacer? Ese sacerdote debe hacer un acto de contrición perfecta y celebrar la Santa Misa.


Otro ejemplo: si omitir la comunión procurara un grave escándalo o infamia. Es el caso de una persona está en la cola para comulgar y de repente recuerda estar en pecado mortal (no lo sabía antes). Si no puede alejarse sin llamar gravemente la atención de los demás, puede comulgar haciendo un acto de perfecta contrición. Obviamente no es el caso de quien no quiere confesarse, sino de quien, de buena fe, se encuentra en esa situación.

Obviamente sin una necesidad real, y una dificultad grave también real, sería un grave abuso el incumplimiento de este precepto de la Iglesia, cuyo fin no es impedir a la gente la comunión, sino conseguir que lo haga dignamente, evitando todo peligro de sacrilegio. Sería absurdo exponerse a cometer un sacrilegio, para satisfacer las ganas de comulgar, o para evitar la vergüenza de dejar de hacerlo, o por la “necesidad” de recibir al Señor, etc., sin una necesidad grave de recibir la Eucaristía. De hecho, casi nunca hay obligación de comulgar (es el caso del sacerdote que celebra y algún otro caso excepcional).


¿Y si el sacerdote me deja?

A veces se escucha decir: “Pero, un sacerdote me dijo que comulgara... aun estando yo en unión libre o unión ilegal”. Entonces nos preguntamos, ¿puede un sacerdote eximir del cumplimiento de esta ley? No, porque no tiene ninguna potestad sobre ella. Si te lo dijo, se equivocó, no tendría que habértelo dicho. Hay cosas para las que se tiene poder, y cosas para las que no. Si no tengo poder de hacer algo, e intento hacerlo, el intento es vano, ya que lo hecho no tendrá ninguna validez. Sería como si un diácono quisiera consagrar: por mejor voluntad que le pusiera nunca conseguiría que el pan se convierta en el Cuerpo de Cristo, porque no tiene el poder de hacerlo. Si un sacerdote da permiso para hacer algo, en lo que no tiene potestad, el permiso es absolutamente inválido. Además un mal consejo no te excusa de pecado.

Por tanto, no pierdas el tiempo pidiendo permiso para comulgar: estar en condiciones de comulgar o no estarlo no depende del sacerdote que tengas delante.

Por otro lado, salvo el caso de personas que viven en situaciones irregulares, la solución es muy sencilla: acudir a confesarse.

En caso de las uniones ilegales o se casan o se separan, dijo el señor.


¿Para qué ir a Misa si no puedo Comulgar?

Para ofrecer a Dios el sacrificio redentor de Cristo. Es cierto que la Iglesia recomienda -para una participación más plena- que aquellos que están en condiciones de hacerlo, comulguen. Pero esto no quita que se pueda participar activamente en la Misa sin comulgar. Son dos cuestiones distintas. Y la comunión siempre presupone las debidas disposiciones, sin las cuales, haría daño, mucho daño al alma de quien comulga.

Además en el caso de la misa dominical, no asistir a Misa añadiría otro pecado mortal a la persona. El cumplimiento del precepto dominical es absolutamente independiente de la Comunión: se lo cumple con la asistencia a Misa y punto.

La insistencia de la Iglesia

La Iglesia ha insistido tanto en este tema en documentos recientes que resulta realmente doloroso que haya quienes propongan una práctica contraria a esta enseñanza.

Lo que la Iglesia enseña y quiere está clarísimo para quien sepa leer y quiera obedecer.

Le pediría a quien difunda lo contrario, que tenga al menos la honestidad de decir a los fieles que no es eso lo que la Iglesia sostiene. De lo contrario estaría engañándolos en su buena fe.

Decirle a un fiel: “comulgá y después te confieso” (salvo los casos excepcionales de necesidad grave de comulgar) es descabellado, significa tanto como decirle: “cometé un sacrilegio y después te confieso”. No, mejor no cometas el sacrilegio.


P. Eduardo Volpacchio

capellania@colegioelbuenayre.edu.ar


ANEXO: Algunos textos del Magisterio reciente

Catecismo de la Iglesia Católica, n 1385:

Debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. S. Pablo exhorta a un examen de conciencia: "Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo" (1 Cor 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.

Instrucción Redemptionis Sacramentum

De la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía (25.3.2004)

n. 81. La costumbre de la Iglesia manifiesta que es necesario que cada uno se examine a sí mismo en profundidad, para que quien sea consciente de estar en pecado grave no celebre la Misa ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental, a no ser que concurra un motivo grave y no haya oportunidad de confesarse; en este caso, recuerde que está obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes.
n. 87. La primera Comunión de los niños debe estar siempre precedida de la confesión y absolución sacramental.

Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica (28.6.2005)

291. ¿Qué se requiere para recibir la sagrada Comunión?

Para recibir la sagrada Comunión se debe estar plenamente incorporado a la Iglesia Católica y hallarse en gracia de Dios, es decir sin conciencia de pecado mortal. Quien es consciente de haber cometido un pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar. Son también importantes el espíritu de recogimiento y de oración, la observancia del ayuno prescrito por la Iglesia y la actitud corporal (gestos, vestimenta), en señal de respeto a Cristo.

Juan Pablo II, Encíclica Ecclesiae de Eucaristía (17.4.2003)

36. La comunión invisible, aun siendo por naturaleza un crecimiento, supone la vida de gracia, por medio de la cual se nos hace «partícipes de la naturaleza divina» (2 Pe 1, 4), así como la práctica de las virtudes de la fe, de la esperanza y de la caridad. En efecto, sólo de este modo se obtiene verdadera comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No basta la fe, sino que es preciso perseverar en la gracia santificante y en la caridad, permaneciendo en el seno de la Iglesia con el «cuerpo» y con el «corazón»; es decir, hace falta, por decirlo con palabras de san Pablo, «la fe que actúa por la caridad» (Ga 5, 6).

La integridad de los vínculos invisibles es un deber moral bien preciso del cristiano que quiera participar plenamente en la Eucaristía comulgando el cuerpo y la sangre de Cristo. El mismo Apóstol llama la atención sobre este deber con la advertencia: «Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa» (1 Co 11, 28). San Juan Crisóstomo, con la fuerza de su elocuencia, exhortaba a los fieles: «También yo alzo la voz, suplico, ruego y exhorto encarecidamente a no sentarse a esta sagrada Mesa con una conciencia manchada y corrompida. Hacer esto, en efecto, nunca jamás podrá llamarse comunión, por más que toquemos mil veces el cuerpo del Señor, sino condena, tormento y mayor castigo».

Precisamente en este sentido, el Catecismo de la Iglesia Católica establece: «Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar». Deseo, por tanto, reiterar que está vigente, y lo estará siempre en la Iglesia, la norma con la cual el Concilio de Trento ha concretado la severa exhortación del apóstol Pablo, al afirmar que, para recibir dignamente la Eucaristía, «debe preceder la confesión de los pecados, cuando uno es consciente de pecado mortal».

37. La Eucaristía y la Penitencia son dos sacramentos estrechamente vinculados entre sí. La Eucaristía, al hacer presente el Sacrificio redentor de la Cruz, perpetuándolo sacramentalmente, significa que de ella se deriva una exigencia continua de conversión, de respuesta personal a la exhortación que san Pablo dirigía a los cristianos de Corinto: «En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!» (2 Co 5, 20). Así pues, si el cristiano tiene conciencia de un pecado grave está obligado a seguir el itinerario penitencial, mediante el sacramento de la Reconciliación para acercarse a la plena participación en el Sacrificio eucarístico.

Instrumentum laboris del XI Sínodo de Obispos (Octubre, 2005)

13. (...) La pertenencia a la Iglesia es prioritaria para poder acceder a los sacramentos: no se puede acceder a la Eucaristía sin haber antes recibido el Bautismo o no se puede retornar a la Eucaristía sin haber recibido la Penitencia, que es el «bautismo laborioso» para los pecados graves. Desde los orígenes la Iglesia, para expresar tal urgencia propedéutica, instituyó respectivamente el catecumenado para la iniciación y el itinerario penitencial para la reconciliación.

22. El sacramento de la Reconciliación restablece los vínculos de comunión interrumpidos por el pecado mortal. Por lo tanto, merece una particular atención la relación entre la Eucaristía y el sacramento de la Reconciliación. Las respuestas indican la necesidad de proponer nuevamente esa relación en el contexto de la relación entre Eucaristía e Iglesia, y como condición para encontrar y adorar al Señor, que es el Santísimo, en espíritu de santidad y con corazón puro. Él ha lavado los pies a los Apóstoles, para indicar la santidad del misterio. El pecado, como afirma San Pablo, provoca una profanación análoga a la prostitución, porque nuestros cuerpos son miembros de Cristo (cf. 1 Co 6,15-17). Dice, por ejemplo, San Cesáreo de Arles: «Todas las veces que entramos en la iglesia, reordenamos nuestras almas, así como quisiéramos encontrar el templo de Dios. ¿Quieres encontrar una basílica reluciente? No manches tu alma con la inmundicia del pecado».

La relación entre Eucaristía y Penitencia en la sociedad actual depende mucho del sentido de pecado y del sentido de Dios. La distinción entre bien y mal frecuentemente se transforma en una distinción subjetiva. El hombre moderno, insistiendo unilateralmente sobre el juicio de la propia conciencia, puede llegar a trastrocar el sentido del pecado.

23. Son muchas las respuestas que se refieren a la relación entre Eucaristía y Reconciliación. En muchos países se ha perdido la conciencia de la necesidad de la conversión antes de recibir la Eucaristía. El vínculo con la Penitencia no siempre es percibido como una necesidad de estar en estado de gracia antes de recibir la Comunión, y por lo tanto se descuida la obligación de confesar los pecados mortales.

También la idea de comunión como «alimento para el viaje», ha llevado a infravalorar la necesidad del estado de gracia. Al contrario, así como el nutrimento presupone un organismo vivo y sano, así también la Eucaristía exige el estado de gracia para reforzar el compromiso bautismal: no se puede estar en estado de pecado para recibir a Aquel que es «remedio» de inmortalidad y «antídoto» para no morir.

Muchos fieles saben que no se puede recibir la comunión en pecado mortal, pero no tienen una idea clara acerca del pecado mortal. Otros no se interrogan sobre este aspecto. Se crea frecuentemente un círculo vicioso: «no comulgo porque no me confesé, no me confieso porque no cometí pecados». Las causas pueden ser diversas, pero una de las principales es la falta de una adecuada catequesis sobre este tema.

Otro fenómeno muy difundido consiste en no facilitar, con oportunos horarios, el acceso al sacramento de la Reconciliación. En ciertos países la Penitencia individual no es administrada; en el mejor de los casos se celebra dos veces al año una liturgia comunitaria, creando una fórmula intermedia entre el II y el III rito previsto por el Ritual.

Ciertamente es necesario constatar la gran desproporción entre los muchos que comulgan y los pocos que se confiesan. Es bastante frecuente que los fieles reciban la Comunión sin pensar en el estado de pecado grave en que pueden encontrarse. Por este motivo, la admisión a la Comunión de divorciados y vueltos a casar civilmente es un fenómeno no raro en diversos países. En las Misas exequiales o de matrimonios o en otras celebraciones, muchos se acercan a recibir la Eucaristía, justificándose en la difundida convicción que la Misa no es válida sin la Comunión.

24. Ante estas realidades pastorales, en cambio, muchas respuestas tienen un tono más alentador. En ellas se propone ayudar a las personas a ser conscientes de las condiciones para recibir la Comunión y de la necesidad de la Penitencia que, precedida del examen de conciencia, prepara el corazón purificándolo del pecado. Con esta finalidad se retiene oportuno que el celebrante hable con frecuencia, también en la homilía, sobre la relación entre estos dos sacramentos. »

jueves, 3 de noviembre de 2011

AUTORIDAD PARA HACER EXORCISMO Y LA IMPOSICION DE MANOS



Jesús dio autoridad a los apóstoles, discípulos y creyentes según vemos en el Nuevo Testamento. Esta autoridad fue recibida primero por los Apóstoles y discípulos directamente de Cristo. Después del descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles en forma de lenguas de fuego, la autoridad fue pasada a los nuevos creyentes a través de la palabra y de la imposición de manos por aquellos que tenían el Espíritu Santo.


Apóstoles. Mateo 10:8 Jesús envió a los doce apóstoles a predicar la Buena Nueva que el Reino de los cielos está muy cerca, les comisionó para que sanaran a los enfermos, curaran leprosos, resucitaran muertos y expulsaran espíritus malignos.


Discípulos. Lucas 10:17 Los setenta y dos discípulos regresaron al Señor comentándole como habían expulsado malos espíritus en su Nombre.


Creyentes. Marcos 16:17 Estos signos acompañarán a los creyentes, en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas extrañas, podrán recoger serpientes y si beben su veneno no les hará daño, impondrán sus manos sobre los enfermos quienes se recuperarán.


Los creyentes mencionados en Marcos 16:17, quienes abarcan las categorías de fieles, discípulos y apóstoles de Cristo, compartían algo en común en la Iglesia primitiva, el fuego del Espíritu Santo estaba en ellos y los signos que les acompañaban eran la profecía, la sanación de los enfermos, el hablar en lenguas extrañas, el discernimiento, la fe en el Nombre de Jesús, el don de arrojar fuera espíritus malignos, el don de predicar la palabra de Dios, etc.


Estos signos aún continúan en nuestro propio tiempo, su manifestación es notable en el movimiento carismático. Sin embargo, la Iglesia ha prohibido el uso de exorcismos o de dar órdenes al enemigo en el nombre de Dios.


Debido a esta restricción impuesta por la jerarquía de la Iglesia a los creyentes que desean liberarse o hacer oraciones en contra de Satanás, la única solución que nos permite actuar, permaneciendo fieles a la fe Católica, es la oración de liberación que podemos hacer todos los fieles.




Marcos 9:17-29 Los apóstoles aún con la autoridad impartida sobre ellos no pudieron expulsar un demonio fuera de un poseído, Jesús tuvo que hacer el exorcismo personalmente y luego les explicó a los apóstoles que algunos malos espíritus solo se pueden arrojar fuera a través de oración y ayuno.


Hechos 19:13–17 Algunos Judíos y los siete hijos de Esceva trataron de hacer exorcismos en el nombre de Jesús quien era predicado por Pablo el apóstol, pero para su desencanto, el hombre poseído se lanzó sobre ellos dándoles tal paliza que salieron corriendo desnudos y sangrando.


Primero que todo vemos que exorcizar es un trabajo aun difícil para los mismos apóstoles autorizados por Jesús personalmente. En cuanto a aquellos que no son creyentes, tratar de darle órdenes a un espíritu maligno es un riesgo muy grande que puede causar que el espíritu tome posesión de ellos o de los que estén allí presentes.


También podemos hacer uso de sacramentales tales como un crucifijo que tenga madera (no debe de ser solo plástico o metálico), agua bendita, sal bendita y aceite bendito.


La persona influenciada puede rezar estas oraciones aunque, es muy probable que el enemigo le distraiga y termine haciendo otra cosa. 


Es aconsejable ungir a la persona influenciada con aceite bendito durante la oración de liberación, especialmente cuando se empieza a pedir que el Señor expulse el enemigo. También se recomienda rociar agua bendita en el lugar y bendecirse también.


En las sesiones donde aparece el signo de la cruz, se debe pausar, se puede hacer la señal de la cruz, tanto personalmente como sobre la persona por quien se esté rezando.


Es aconsejable hacer copias de la oración para cada uno de los presentes, de esta manera hay más concentración, aunque solamente una persona debe de leer las oraciones en voz alta, pero todos deben de vivirlas en el corazón.


Se debe de leer muy despacio, como esperando obtener la respuesta a la oración después de cada frase.


Aquellos que han recibido el regalo de Lenguas, durante la oración de liberación deben hacer alabanza a Dios en lenguas, recordando las palabras de Jesús que en la Corte, o sea frente al acusador, el Espíritu hablará por nosotros, y nuestro Padre Celestial comandará al enemigo que salga fuera de la situación o persona por quien estamos orando.


Los ruidos o movimientos o gestos hechos por quien se reza, no deben de causarnos miedo, aunque nos tiemblen los pies, esto es natural, pero no debemos interrumpir nuestra oración haciendo diálogo con el enemigo.


Nuestra fe debe de permanecer firme en el Poder de Dios que va a traer liberación a un alma que sufre.


En aconsejable hablar con la persona en cuestión y hacerle sentir arrepentimiento de sus pecados y hacerle afirmar su fe en el Poder de Cristo para su liberación, claro que también se pueden hacer estas oraciones por otra persona a cualquier distancia y con la misma efectividad, pues no tenemos ningún poder o santidad, es Dios que hace su trabajo al escuchar nuestra oración sincera y llena de fe.


Es muy importante no dejarnos llevar de la curiosidad al tener este encuentro con el demonio, al fin y al cabo somos hijos de Dios, creados en su imagen; el demonio también es una creación de Dios y no nos debe de impresionar, el actúa de acuerdo a su naturaleza maligna, nosotros oramos de acuerdo al Espíritu de Dios que nos lleva a buscar su Gracia.




Oración a San Miguel Arcángel: San Miguel Arcángel, defiéndenos en la hora de la batalla, que seas nuestro resguardo en contra de la maldad y de las trampas del demonio, que pueda Dios restringirle, nosotros humildemente te rogamos y que puedas tú, O Príncipe de la Multitud Celestial, por el poder de Dios, arrojar al infierno a Satanás y a todos los malos espíritus que rondan por el mundo, buscando la ruina de almas. Amen.  




La imposición de manos


Desde tiempos remotos existen noticias y testimonios que nos hablan del poder de sanación de las manos. Cuando nos damos un golpe, lo primero que hacemos, el primer gesto y el más instintivo, es llevarnos una mano a la zona dolorida. Cuando un niño pequeño se cae o se golpea, amorosamente le ponemos una mano sobre el lugar afectado y le consolamos. Es un hecho más que constatado que, cuando una persona impone amorosamente sus manos sobre la zona dolorida de un enfermo, consigue irradiar un poder desconocido que hace que, al menos, se mitigue su dolor. El Nuevo Testamento nos ha transmitido muchas noticias que nos hablan de la capacidad de sanación de Jesucristo, poder que materializaba imponiendo sus manos a los enfermos. Esos mismos textos nos hablan, igualmente, de cómo gracias a la imposición de manos, los primeros cristianos recibían el conocimiento y la fuerza del Espíritu Santo.


Así pues, no es aventurado afirmar que la imposición de manos es uno de los métodos de curación y sanación más antiguos, conocidos y populares. En el antiguo Egipto ya hallamos pruebas de su existencia, como en el papiro Ebers, datado hacia el 1552 a.C., donde se describe a esta técnica como un tratamiento médico utilizado en aquellos tiempos.


La imposición de manos es la manera más común de recibir el don divino de la sanación; también es parte fundamental de la denominada sanación o curación espiritual. Fue, como ya se ha indicado, uno de los métodos para curar que Jesús y posteriormente los apóstoles y sus discípulos, utilizaron. Más adelante, en el Cristianismo se convirtió en una práctica común, así como el predicar, el administrar los sacramentos o impartir la bendición con el agua bendita y/o con el aceite (óleo) consagrado.


En Lucas 4:40 se nos informa de cómo Jesús usaba este método: “Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos de diversas enfermedades los traían sobre él; y él poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba.” Asimismo, en Marcos 16: 17-18, leemos: “Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán”.


Este último pasaje del Nuevo Testamento, en el Evangelio de Marcos, es para nosotros muy importante y significativo. En él se hace referencia, con toda claridad, “a los que creen”. En otras palabras, esto significa que - todos los que son creyentes- pueden imponer las manos sobre otros, siempre y cuando se haga con la intención de sanar y por tanto, de ayudar al prójimo.


 “Alguien me ha tocado, pues yo he sentido que una fuerza ha salido de mí.” (Lucas 8,46)


Ejemplos de la imposición de manos en el N.T.- Jairo pide a Jesús: “Mi hija está a punto de  morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se cure y viva” (Mc  5,23). Le presentan al sordomudo de la Decápolis “y le ruegan que  imponga sus manos sobre él” (Mc 7,32), y asimismo al ciego de Betsaida: “le impuso las manos y le preguntó… después le volvió a poner las manos  en los ojos y comenzó a ver perfectamente” (Mc 8,23-25). Era el gesto  más repetido en las curaciones. Pablo, que fue curado precisamente por la imposición de manos por parte de Ananías (Hch 9,17), curará a su vez al padre de Publio: “Y aconteció que el padre de Publio estaba en cama, enfermo de fiebre y de disentería; y entró Pablo a verle, y después de haber orado, le impuso las manos, y le sanó.” (Hch 28:8).


Y no pudo hacer allí ningún milagro, salvo que sanó a unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos. (Mr 6:5). Y le trajeron un sordo y tartamudo, y le rogaron que le pusiera la mano encima. (Mr 7:32). Y tomándole aparte de la gente, metió los dedos en las orejas de él, y escupiendo, tocó su lengua. (Mr 7:33). Y puso las manos sobre ella; y ella se enderezó luego, y glorificaba a Dios. (Lc 13:13).


¿Deben los laicos imponer manos cuando oran por alguien?


Pbro. J.A. Fortea:


No hay ninguna razón para prohibir que se impongan las manos, mientras se ora para pedir a Dios que devuelva la salud a alguien o para pedir cualquier otra cosa. Tampoco hay ningún peligro en hacerlo, como muchos creen. Aunque considero que éste es un gesto sacerdotal, y que por eso es preferible que sólo lo hagan los clérigos. Pero se trata sólo de una recomendación.


Claro que si se decide que durante la oración se impongan las manos, suelo aconsejar que sea toda la comunidad la que imponga las manos, y no solo una persona, para evitar así protagonismos. Todos desde su sitio pueden extender la mano hacia la persona por la que se va a orar, o pueden formar un círculo alrededor de ella. Pero quede claro que imponer la mano no confiere más poder a la oración, se trata sólo de un símbolo. Por eso no aconsejo que los laicos impongan las manos, porque se trata de un gesto eminentemente sacerdotal. Si uno no tiene un don en las manos, imponer las manos es indiferente, pues lo que sana no es la mano, sino la oración dirigida a Dios.


Ahora bien, hay personas que tienen dones en las manos. Ellos sí que deben imponer las manos, puesto que Dios ha querido ligar el acto de sanación a la imposición de manos.


Se sabe que se tiene un don en las manos, cuando al imponerlas la persona sobre la que se ora siente una energía o un calor que sale de las manos del sanador. Ese calor muchas veces penetra hacia dentro. No importa que aquel por el que se ora lleve ropa encima, se trata de un calor que no es material.









¿Qué son dones, carismas y frutos del Espíritu Santo?





Un don es algo dado por otro libre, gratuita y benévolamente.





Recurriendo al Catecismo de la Iglesia Católica, podemos ver que al hablar de "dones" se refiere a aquellos "regalos" que nos da el Espíritu Santo. Los Dones son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo.





Se dice que son hábitos sobrenaturales pues los dones para que sean permanentes o se mantengan han de tener la forma de hábitos. Dado que se trata de realidades sobrenaturales han de ser infundidas por Dios en el alma. En la teología escolástica suele aclararse que los dones son infundidos en las “potencias del alma” indicando con ello las facultades superiores (entendimiento, voluntad, memoria) que reciben un hábito que les permite responder con mayor facilidad y secundar las mociones propias del Espíritu Santo o gracia actual. La facultad los recibe “pasivamente” pero ha de actuarlos: es decir, no quitan la libertad ni la cohíben. 


Los dones de santificación son aquellas disposiciones que nos hacen vivir la vida cristiana completando y llevando a su perfección las virtudes en nuestras vidas. Estos son siete y la Iglesia se refiere a ellos como "los dones del Espíritu Santo". Estos dones se recibieron en el Bautismo y son como "regalos sin abrir"; luego, en la Confirmación, volvemos a recibir una efusión del Espíritu para desarrollarlos.





El Profeta Isaías anunció que el Espíritu de Dios traerá a quien le es fiel, siete preciosos regalos o dones (Is. 11,2).





Dones del Espíritu Santo:





Para que el cristiano pueda luchar, el Espíritu Santo le regala sus siete Dones, que como se dijo son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu.





1.    Sabiduría: Nos hace comprender la maravilla insondable de Dios y nos impulsa a buscarle sobre todas las cosas y en medio de nuestro trabajo y de nuestras obligaciones. Sabiduría es ver sabiamente las cosas, no sólo con la inteligencia sino también con el corazón, tratando de ver las cosas como Dios la ve y comunicándolas de tal manera que los demás perciban que Dios actúa en nosotros: en lo que pensamos, decimos y hacemos.


2.    Inteligencia o Entendimiento: Con este Don nos permite conocer y comprender las cosas de Dios, la manera cómo actúa Jesucristo, descubrir inteligéntemente, sobre todo en el Evangelio, que su manera de ser y actuar es diferente al modo de ser de la sociedad actual. El Don de la Inteligencia nos descubre con mayor claridad las riquezas de la fe; es una luz especial que puede llegar a todas las personas y muchas veces tiene sus frutos en los niños y en la gente más sencilla.


3.    Consejo: Nos señala los caminos de la santidad, el querer de Dios en nuestra vida diaria, nos anima a seguir la solución que más concuerda con la gloria de Dios y el bien de los demás. Nos ayuda a discernir y decidir a la luz de la voluntad de Dios. El Don de Consejo nos ayuda a enfrentar mejor los momentos duros y difíciles de la vida, al mismo tiempo que nos da la capacidad de aconsejar, inspirados en el Espíritu Santo, a quienes nos piden ayuda, a quienes necesitan palabras de aliento y vida.


4.    Fortaleza: Este Don concede al fiel ayuda en la perseverancia, es una fuerza sobrenatural que nos alienta continuamente y nos ayuda a superar las dificultades que sin duda encontraremos en nuestro caminar hacia Dios. El ejemplo de Jesucristo, su pasión y su muerte, debe ser para nosotros un auténtico testimonio de fortaleza que nos ha de llevar a superar nuestra debilidad humana.


5.    Ciencia: Es el Don del Espíritu Santo que nos permite acceder al conocimiento, a descubrir la presencia de Dios en el mundo, en la vida, en la naturaleza, en el día, en la noche, en el mar, en la montaña. El Don de Ciencia nos lleva a juzgar con rectitud las cosas creadas y a mantener nuestro corazón en Dios y en lo creado, en la medida en que nos lleve a Él.


6.    Piedad: El corazón del cristiano no debe ser ni frío ni indiferente. El calor en la fe y el cumplimiento del bien es el Don de la Piedad, que el Espíritu Santo derrama en nuestras almas, permitiéndonos acercarnos confiadamente a Dios, hablarle con sencillez, abrir nuestro corazón de hijo a un Padre bueno del cual sabemos que nos quiere y nos perdona.


7.    Temor de Dios: Nos induce a evitar el pecado porque ofende a Dios. Cuando se descubre el amor de Dios lo único que deseamos es hacer su voluntad y sentimos temor de ir por otros caminos. En este sentido existe temor de fallarle y causarle pena al Señor, no se trata de ninguna manera, de tenerle miedo a Dios, sino más bien de sentirse amado por Él y corresponderle. Con este Don tenemos la fuerza para vencer los miedos y aferrarnos al gran amor que Dios nos tiene.


  


Los carismas:





Además de los dones, el Espíritu Santo nos da "carismas", de los que habla San Pablo: "Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común..." (I Corintios 12:4-13).





Los carismas son como herramientas. A todos se nos da la gracia pero a cada uno carismas diferentes según nuestra misión. Estos se pueden usar bien o mal. No son condición ni garantía de santidad. Ya que Dios nos creó libres, los carismas se pueden usar bien o mal. Se puede dar el caso de alguien que tenga grandes dones como el don de la palabra, sanación, lenguas, etc., pero no viva en gracia, como fue el caso del hijo pródigo que partió de la casa paterna a malgastar los bienes entregados por él.





Hoy en día el Espíritu Santo derrama gracias extraordinarias sobre todo en los grupos de oración, o en los grupos donde se ora. Y Dios que es libérrimo en todas sus acciones, distribuye a cada uno sus dones, según su voluntad” (1ª Cor. 12, 11).





Entre estas gracias especiales se encuentran los llamados “Carismas”, algunos de ellos listados por San Pablo (1ª Cor. 12, 4-11). Son éstos, dones extraordinarios que el Espíritu Santo derrama en la Iglesia, para el bien de la Iglesia y de las personas, y para reavivar la fe en las diferentes comunidades eclesiales.





Y respecto de los carismas, nos dice el Concilio Vaticano II que para realizar la evangelización el Espíritu Santo da a los fieles (cf. 1ª Cor 12, 7) dones peculiares, distribuyéndolos a cada uno según su voluntad (1ª Cor. 12, 11)” (AA 1-3).





Es así, entonces, como para ayudar en el servicio al prójimo y sobre todo en la difusión del mensaje divino de salvación, pueden surgir en algunos orantes - como un auxilio especialísimo del Señor - los carismas o dones carismáticos, llamados por los Místicos “gracias extraordinarias” y por el Concilio “dones peculiares”, que son dados para utilidad de la comunidad, pues su manifestación está dirigida hacia la edificación de la fe, como auxilio a la evangelización y como un servicio a los demás (es el caso de la liberación y sanación), tal como lo indica San Pablo y como nos lo recuerda el Concilio.





En síntesis, los Carismas son, pues, dones espirituales, que Dios da como un regalo y que no dependen del mérito ni de la santidad de la persona, ni tampoco son necesarios para llegar a la santidad. Sin embargo, al usarlos como un servicio al prójimo, de hecho, se produce progreso en la vida espiritual, pero no por el Carisma en sí, sino por el acto de servicio.





En cuanto a los Carismas, hay que tener muy presente no caer en actitudes equivocadas:


a.    Desecharlos por incredulidad o falta de sencillez espiritual, o ahogarlos por temor. A tal efecto nos dice San Pablo: No apaguen el Espíritu, no desprecien lo que dicen los profetas. Examínenlo todo y quédense con lo bueno(1ª Tes. 5, 19-21).


b.    Considerarlos lo más importante en la oración o en la evangelización. Los Carismas son sólo auxilios en la evangelización, para despertar y fortalecer la fe de aquéllos en medio de los cuales se manifiestan estos dones extraordinarios del Espíritu de Dios.


c.    Considerarlos como propios de la persona a través de la cual se manifiestan. Los carismas no se poseen, ni tampoco puede decirse que éstos poseen a la persona. Como todo don de Dios, son de Dios. Es Dios actuando a través de la persona que se deja poseer por el Señor, que es Quien actúa a través de esa persona. La persona viene a ser instrumento de Dios. Y así como no puede decirse que la música es del instrumento a través del cual esa música suena, tampoco puede decirse que el carisma es de la persona a través de la cual se manifiesta.





 Frutos del Espíritu Santo:





Los "frutos" son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce:





1.    Caridad: El acto de amor de Dios y del prójimo.


2.    Gozo espiritual: El que nace del amor divino y bien de nuestros prójimos.


3.    Paz: Una tranquilidad de ánimo, que perfecciona este gozo.


4.    Paciencia: Sufrimiento sin inquietud frente a la adversidad; moderar los excesos de tristeza.


5.    Longanimidad o Perseverancia: Firmeza del ánimo en sufrir, esperando los bienes eternos. Impide el aburrimiento o la pena que provienen del deseo del bien que se espera o de la lentitud o duración del mal que se sufre.


6.    Bondad: Dulzura y rectitud del ánimo; inclinación que lleva a ocuparse de los demás y a que participen de lo que uno tiene.


7.    Benignidad: Ser suave y liberal, sin afectación ni desabrimiento. Manejar a los demás con gusto, cordialmente, con alegría.


8.    Mansedumbre: Refrenar la ira y tener dulzura en el trato.


9.    Fe: Exacta fidelidad en cumplir lo prometido.


10. Modestia: La que modera y regula en el hombre sus acciones, palabras, sus gestos.


11. Continencia o Templanza: La que modera los deleites de los sentidos.


12. Castidad: La que refrena los deleites impuros.





¿Cuáles son los dones extraordinarios?


Pbro. J.A. Fortea:


Los dones extraordinarios que puede conceder Dios son muchísimos y muy variados. Los tratados de mística traen largas listas, algunos tan inusuales como la capacidad de reconocer si algo está bendecido o no (hierognosis) o la capacidad de vivir sin comer (inedia). Sin embargo, en los grupos de oración los dones que se suelen dar en mayor o menor medida son los nueve carismas de los que habla San Pablo en su I Carta a los Corintios: sabiduría, ciencia, discernimiento de espíritus, milagros, don de sanación, fe, profecía, don de lenguas, e interpretación de las lenguas.


Hay que dejar claro que sólo los milagros, las curaciones y la revelación de las cosas ocultas, tienen un carácter de señal para los no creyentes. El resto de dones edifican a los que están en la comunidad, pero no sorprenderán al no creyente.





¿Qué hay que hacer para que en un grupo haya dones?


Pbro. J.A. Fortea:


Lo único que se puede hacer es suplicarlos al Espíritu Santo. Pero no se trata de una relación automática: pido, se me concede. Es Dios quien decide si es conveniente o no. De todas maneras, la experiencia ha demostrado que es muy bueno que alguien con dones vaya un día a una comunidad, ore e imponga manos. Dios puede dar las cosas directamente, pero muchas veces le gusta conceder las cosas a través de sus instrumentos.





¿Cómo saber si un don es verdadero?


Los dones de hacer milagros, de curación, de conocer lo oculto, de profecía se prueban así mismos, las obras que resultan de ellos o las palabras dichas son la mejor evidencia acerca de si existe o no ese don. Pero el resto de los dones deben ser discernidos por la comunidad o por los que hacen cabeza en esa comunidad. Hay personas que creen poseer dones, y confunden su deseo con la realidad. Creen que cualquier cosa que les viene a la mente es una inspiración. Muchas veces sólo el tiempo logra poner luz acerca del carácter extraordinario o no de un supuesto don.


Mientras no nos conste la veracidad o no de un don, debemos reservar nuestro juicio. Creemos en la fe de la Iglesia, no en que todos y cada uno de los que dicen tener un don realmente lo tengan.


Es fácil saber si alguien tiene el don de curación, con sólo ver si hay curaciones. Es fácil saber si alguien tiene el don de profecía, con ver si se cumple lo que dice; salvo que las profecías sean muy a largo plazo, cosas que a veces ocurre y que hace que no sea tan fácil discernir en poco tiempo ese don. Pero más complicado resulta saber si alguien tiene el don de lenguas.


Respecto al don de lenguas se puede dejar que cada uno ore como quiera, mientras no haga nada que vaya más allá de lo razonable. Hay que dejar claro que muy pocas personas tienen el don de lenguas como un don desarrollado a través del cual el Espíritu Santo dice lo que quiere. La mayor parte de las personas sólo repiten unas pocas palabras o frases, lo cual no significa que el Espíritu Santo no esté orando a través de ellas. Tienen el don, pero en su más mínima expresión. Aun así, la persona que tiene el don, tiene que notar que se le desata la lengua, que no es ella la que decide qué decir, sino que es usada como instrumento de Dios. En algunas personas no será posible discernir al 100% la autenticidad del don, por la limitada variedad de lo que dicen, así como en otras personas es evidente que hablan lenguas que ellos no conocen, pero que otros sí que han podido traducir.


Que Nuestro Señor los bendiga y los proteja.


In Nomine Dei Patri


San Benito, protégenos.